Misiva pública a las chapeadoras dominicanas. Escrito por Girandys Vásquez

Odio muchas cosas, de hecho soy una odiadora por deporte de muchos aspectos de la idiosincrasia dominicana. Sin embargo, no hay cosa que me exaspere más que dejarme quitar mi turno en el salón de belleza por una chapiadora, siento insultada mi inteligencia.

Esa plaga de clase media y alta es muy peligrosa, su garbo forzado, sus garras afiladas y postizas, su cabellera negra que oculta la falsedad inserta en sus cabezas de plástico, ese ajuste vulgar con el que cubre su cuerpo deformado y lipídico; ¿y su contenido? Uff… si algo deprime más la existencia es su expresión de libertad, la mediocridad de sus cabezas medianas las hacen creerse merecedoras de todo solo porque hacen un buen uso de las caderas, porque desfilan el cuerpo grasiento con poca ropa, porque se mantienen perfumadas y vestidas de marcas de moda; siempre me recuerdan a Sergio Valente… como toda la gente, si que insultan esas cuaimas, eternamente están «estudiando para superarse» y no pueden mantenerse a flote sin un benefactor que les pague por un placer fingido y decadente como sus vidas.

Si yo me decidiera por ser una doncella del placer lo llevaría a otro nivel definitivamente; el arte de la seducción debe ser siempre sutil, delicado y elegante, hay que cuidar tanto de las formas como de las maneras, el desplazamiento no ha de ser ladeado e insinuante, sino más bien cadencioso y armonioso, la grasa definitivamente no tiene nada de atractivo en este arte, ya que da paso a la vulgaridad la exageración de las líneas, la alimentación sería un ritual como la instrucción para el contenido, debería ser una instruida en las artes y la cultura, en fin, la estética como un todo. Algo así como una cortesana, o una geisha, o una hetera, en fin, pero no es lo mío, es muy patético y deprimente venir al mundo a creerse un florero inteligente solo porque decora un despacho elegante o porque lo compró el dueño del despacho.

Rápidamente regrese a mi realidad cuando volví a escuchar a la pórnai aquella, tan vulgar y ordinaria Cuaima que se siente peligrosa por el dispendio que hace de su vida licenciosa, pero también sonreí desde dentro, los cerdos merecen esas perlas chinas para adornar su corral, ellas van en consonancia con su dieta pesada, altamente condimentada y pútrida, me parece justo el intercambio cada servicio prestado por pago plastificado que compense su descalabro.

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