Manuel Núñez acusa a Danilo Medina de no defender la soberanía frente a invasión haitiana

SANTO DOMINGO.- “Cuán indefensa se halla la nación cuando la autodeterminación del pueblo dominicano se halla en manos de hombres y mujeres que no son capaces de defender a su país, que no protegen su independencia ni su soberanía del vuelco implacable que han tomado los acontecimientos”.

“Un poder, traidor, que ya no nos representa ni pertenece al pueblo que lo elige. Un poder que nos arranca la independencia y nos vuelve vasallos de la destrucción de nuestra sociedad”.

El lamento, que luce salir del alma misma de quien sufre la traición y el entreguismo de un gobierno, de un partido que hace tiempo ha dejado de ser “de la Liberación Dominicana” es de Manuel Núñez, historiógrafo, poeta y político, quien confirma una conspiración de Estados, ONGs, para fundir en una sola nación a la República Dominicana y Haití, naciones solo vinculadas por la convivencia en una misma isla.

“Los haitianos se desplazan en tropel hacia la República Dominicana. Se destruye el valor del salario. El trabajo se desnacionaliza. Las conquistas sociales del pueblo dominicano se empequeñecen. Junto a los trabajadores se desplazan niños, parturientas, enfermos, delincuentes y mendigos. El éxodo se combina con la maniobras de las ONG que le imputan al Estado dominicano la responsabilidad con estas poblaciones. Lo culpabilizan. Lo llevan a los tribunales internacionales. Logran sentencias a su favor. Tras estas figuras se hallan Estados y organizaciones internacionales, cuyo objetivo es solucionar el problema haitiano en el territorio dominicano. Toda esta manipulación nos lleva, en silencio, a un escenario de los hechos consumados”, enfatiza Manuel Núñez en un artículo titulado “Los argumentos de los adversarios de la nación”, que publica este lunes en la prensa nacional.

El nacionalista cuestiona el concepto del nuevo arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, un defensor del proyecto prohaitiano, quien ha expresado: “Las fronteras son cosas que en nuestras mentes deben desaparecer. Aunque haya fronteras y documentos, pasaportes, para distinguir lo que son los países, en la mente de todo ser humano debe estar este concepto de que somos una familia”.

Leamos el artículo nacionalista de Manuel Núñez, que trae a colación la permisividad de los dirigentes sindicales dominicanos que aceptan que los haitianos quiten los empleos a los dominicanos al aceptar trabajar por salarios menores a los fijados por tarifas, logros del sacrificios de los obreros nacionales obtenido a sangre y fuego.

El artículo

Los argumentos de los adversarios de la nación

MANUEL NÚÑEZ

La manipulación de la mansedumbre cristiana – Los hechos se acumulan, sin que se les relacione con un objetivo, sin que se vislumbre el proyecto, que hay tras bastidores. Los haitianos se desplazan en tropel hacia la República Dominicana. Se destruye el valor del salario. El trabajo se desnacionaliza. Las conquistas sociales del pueblo dominicano se empequeñecen. Junto a los trabajadores se desplazan niños, parturientas, enfermos, delincuentes y mendigos. El éxodo se combina con la maniobras de las ONG que le imputan al Estado dominicano la responsabilidad con estas poblaciones. Lo culpabilizan. Lo llevan a los tribunales internacionales. Logran sentencias a su favor. Tras estas figuras se hallan Estados y organizaciones internacionales, cuyo objetivo es solucionar el problema haitiano en el territorio dominicano. Toda esta manipulación nos lleva, en silencio, a un escenario de los hechos consumados.

El ideal que mueve a todas las personas que participan en esta operación es un proyecto de unificación o federación de la República Dominicana con Haití. Se trata de un proyecto abstracto, según el cual el Estado dominicano debe desaparecer para preservar los derechos humanos de los haitianos, en nombre de esa ideología se ha ejercido un terrorismo moral contra todos aquellos que nos hemos opuesto resueltamente al proyecto de Estado binacional, a que se les traspasen obligaciones extra nacionales a la República Dominicana o a que, con fórmulas engañosas, se quiera derribar los resultados históricos de nuestra independencia de 1844.

Cuán indefensa se halla la nación cuando la autodeterminación del pueblo dominicano se halla en manos de hombres y mujeres que no son capaces de defender a su país, que no protegen su independencia ni su soberanía del vuelco implacable que han tomado los acontecimientos.

Un poder, traidor, que ya no nos representa ni pertenece al pueblo que lo elige. Un poder que nos arranca la independencia y nos vuelve vasallos de la destrucción de nuestra sociedad.

La idea que han echado andar es que la defensa de los derechos humanos nos crearían compromisos extra nacionales y extra territoriales con las poblaciones del Estado haitiano. Es decir, que en nombre de la tragedia que vive Haití se reivindica el derecho a destruir la independencia de otro país.

La iglesia contra la nación

Se ha echado al ruedo entre la prensa, los voceros del Gobierno y algunos de los que opinan sobre las relaciones dominico haitianas la tesis de que los dominicanos son culpables de irrespetar los derechos humanos de los extranjeros que penetran ilegalmente al país desde Haití. Se descalifica cualquier control fronterizo o control de identidad como discriminación o racismo. Es decir, que ante esa marejada de ilegales las instituciones del Estado dominicano– la Constitución, la Ley de Migración 285/04, la ley de extranjería, las disposiciones del Tribunal Constitucional relativa a la Sentencia 168/13—deben desaparecer. El ideal del humanismo es que la sociedad se culpabilice, y asuma como una obligación la desgracia extra nacional haitiana.

El nuevo arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, antiguo Presidente de la Comisión Episcopal de la Pastoral Haitiana planteo lo siguiente: “Las fronteras son cosas que en nuestras mentes deben desaparecer. Aunque haya fronteras y documentos, pasaportes, para distinguir lo que son los países, en la mente de todo ser humano debe estar este concepto de que somos una familia”. ( El Caribe, 26/3/12)

El comportamiento de este hombre se haya influido por ideas fundamentales. Su ejercicio pastoral se realizará en la Arquidiócesis de Santo Domingo, que tiene una extensión de 4,032 kilómetros cuadrados, 213 parroquias, 475 presbíteros, 187 diocesanos, 288 religiosos y 159 diáconos permanentes. Fue creada como diócesis mediante la Bula “Romanus Pontifex” del 8 de Agosto de 1511 del Papa Julio II. Elevada al grado de Arquidiócesis Metropolitana mediante la Bula “Super Universas Orbis Ecclesias” del 12 de Febrero de 1546 del Papa Paulo I, emplazamiento de la Catedral Primada de América, fundada en 1511. Fue en este territorio donde el 6 de enero de 1494, el padre Boyl ofició la primera misa, y desde donde se extendió el Cristianismo a todo el continente americano. Antes que Monseñor Ozoria, tuvieron preponderancia en la arquidiócesis primada de América, Monseñor Fernando Arturo de Meriño, Monseñor Alejandro Nouel, el cardenal Beras y el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez. Todos nos defendieron de las tutelas que suprimían la soberanía, defendieron la vida, los valores de la iglesia y el legado histórico de nuestra Independencia.

En nombre de las ideas entroncadas en su pensamiento, el obispo Ozoria se convirtió en el mentor del sacerdote, Christopher Hartley Sartorius, como sacerdote de su obispado en la parroquia de San José de los Llanos. Desde su ingreso al país, el Padre Hartley, mantuvo en sobresalto a toda la sociedad, con una campaña tenaz en los bateyes de San Pedro de Macorís, y contó siempre con el apoyo de Monseñor Ozoria hasta el año 2006, fecha en que los entuertos creados por ese cura, hacían imposibles los apoyos.

Desde que se dio a la estampa la Sentencia 168/13, Monseñor Ozoria proclamó su abierto desacuerdo con la resolución de los jueces del Tribunal Constitucional , y el 4 de diciembre del 2014 escribió, junto con los obispos monseñor Pablo Cedano y el obispo de San Juan, monseñor José Grullón Estrella, una correspondencia al Presidente Medina para que contravenga el texto del tribunal constitucional, y se aprobara, muy rápidamente, una ley de naturalización de esas poblaciones. En el Vaticano (28/5/16), reunido con la plana mayor de los obispos dominicanos, el Santo Padre les exigió que se pusieran al servicio de los inmigrantes haitianos. La Iglesia se ha vuelto impotente, no puede hacer nada para contrarrestar las marejadas de inmigrantes incontrolables y masivas hacia nuestro país. Se desentiende de las fatales consecuencias de esa inmigración. ¿Cuál ha de ser el interés de la Iglesia dominicana? ¿Someterse a las decisiones tomadas fuera de su territorio, en contra de su soberanía y de su continuidad histórica? En nombre de la piedad cristiana se nos propone la desintegración de nuestra sociedad. Según ese enfoque, la gracia sólo puede ser alcanzada, cuando pasemos por el infierno de un mundo sin empleo, sin soberanía territorial ni jurídica, con el territorio devastado, cargando todas las culpas que han querido atribuirnos los depredadores. El país, víctima de todas las agresiones del vecino, aparece ante los ojos del mundo como la nación agresora. Es claro, que se están manipulando los sentimientos cristianos para demoler la soberanía dominicana.

Pero de todos los entuertos en los que ha estado envuelta la misión en la diócesis de San Pedro de Macorís de Monseñor Ozoria, el de mayor relevancia fue su sometimiento a la justicia por un grupo de ciudadanos de San Pedro de Macorís a consecuencia del reparto de viviendas a familias haitianas, construidas con fondos públicos.

El 4 de octubre del 2005, el fiscal de la provincia, Abraham Ortiz desalojó a 26 ocupantes de igual número de viviendas construidas por el Gobierno con apoyo internacional, supuestamente destinadas a los damnificados del huracán Georges en el batey Gautier. El desalojo de las familias dominicanas había sido ordenado por el sacerdote Christopher Hartley, quien había reservado a esas viviendas a familias haitianas. Todos los ocupantes fueron sometidos a la justicia. Con anterioridad, el Padre Hartley Sartorius había entregado 27 casas a igual número de familias haitianas, traídas de los bateyes de la Mula, Peso al Medio y La Redonda. Todos los terrenos de las viviendas fueron donados por el CEA a la Iglesia Católica y la construcción se hizo con fondos del Estado dominicano y la cooperación española.

A partir de ese momento comenzó el divorcio de la diócesis con la comunidad dominicana. La protesta y los insultos en contra de la Iglesia y, particularmente, del sacerdote Hartley que había omitido de su compasión a los dominicanos, produjeron, finalmente, el abandono de los apoyos de monseñor Ozoria, tras casi una década de preponderancia del sacerdote Hartley Sartorius. He aquí las declaraciones de Bienvenido Beato Natera, del Núcleo de Organizaciones Comunitarias de Gautier: “nos declaramos en sesión permanente hasta que el cura Hartley se vaya de Los Llanos y el gobierno nos entregue estas viviendas a nosotros, dominicanos de nacimiento y de Los Llanos de Guabatico”. Todo ese esfuerzo quedó reducido a polvo. La repartición de las viviendas fue un hecho irreversible.

De temperamento teatral y volcánico, hambriento por ser reconocido, por granjearse la fama de la madre Teresa, Christopher Hartley, se arrogaba el derecho de sacar a los delincuentes haitianos de las cárceles de San Pedro, de hacer denuncias tremendistas contra el país, de llevar a los embajadores extranjeros a los bateyes; de servir de testigo, junto con el Padre belga Pierre Ruquoy para que la Corte Interamericana de los Derechos Humanos condenara al Estado dominicano en 1998 para que las niñas Dilcia Yean y Violeta Bosico, fueran privadas de la nacionalidad haitiana de sus padres y se le otorgara la nacionalidad dominicana. El padre Ruquoy se hallaba en tales condiciones de impunidad que declaró varios niños haitianos como hijos suyos; acusaba en la prensa a las Fuerzas Armadas dominicanas; documentaba a las ONG de imputaciones contra la República Dominicana y obraba en concierto con el párroco haitiano de Esperanza, Vigny Bellerive, quien admitió haber declarado a 87 niños haitianos como hijos suyos. Las falsificaciones al registro civil quedaban en la rotunda impunidad. La sotana, al parecer, era una patente de corso para cometer esas fechorías. Hartley Sartorius, por su parte, puso de rodillas al grupo Vicini. Estos, tratando de complacer a este histriónico cura, construyeron decenas de viviendas, comedores y dispensarios destinadas a las familias haitianas en tierras de su consorcio, suponiendo que tras estas inversiones cuantiosísimas, se ganarían la buena voluntad del cura anglo español. Todos esos cálculos fueron inútiles. El grupo se vio en la obligación de pagar una campaña publicitaria millonaria para contener los daños producidos por esa brutal cruzada.

Hartley decidió transformarse en el redentor de los haitianos asentados en el país: construyó con fondos del Gobierno asilos para sus ancianos, comedores para su población y viviendas para sus familias. Logró que el Hospital Georg, de San Pedro, introdujera letreros en creole y español. Hacía gala de pertenecer a la realeza de España, y cuando se sintió amenazado por la furia de los dominicanos, hizo venir desde Haití a soldados españoles que servían en la MINUSTAH para que lo protegieran de una supuesta agresión.

En el 2005, se hallaba aún en la gracia de su obispo, hizo diligencias para traer a siete congresistas de Estados Unidos a los bateyes en el 2006. Logró incoar algunas demandas judiciales contra la empresa Vicini en el extranjero. Finalmente, organizó huelgas para paralizar completamente los ingenios. Monseñor Ozoria se convenció entonces de que Hartley Sartorius se hallaba completamente loco, y le pidió su renuncia ese mismo año.

Pero los quebraderos de cabeza no concluyeron con la salida del país del Padre Hartley Sartorius. Inmediatamente salió del país, empleo a fondo, todas las conexiones de su influyente familia para desacreditar a la industria azucarera, iniciar en el Reino Unido una brutal campaña contra el turismo que elegía a República Dominicana.

Fueron de tal envergadura los ataques de Hartley Sartorius, que, desesperado, el entonces canciller, don Carlos Morales Troncoso, le pidió, encarecidamente, al Cardenal Braulio Rodríguez Planas, arzobispo primado de Toledo, jefe de la diócesis a la que pertenecía el sacerdote de marras, para que instara a este señor que suspendiera la campaña de difamación y descrédito contra la República Dominicana. En el 2007, lanzó el documental The prize of sugar contra la imagen del país y en el 2008, presentó la exposición de fotografías en París “ Esclavos en el paraíso” y luego presentó dicha exposición en Puerto Príncipe.

De todo ese fandango salió Monseñor Ozoria para oponerse a la supuesta apatridia fomentada por el Estado dominicano con la sentencia 168/13.

Desde el punto de vista jurídico no hay ninguna probabilidad de que un descendiente de haitiano pueda ser apátrida. Según la Constitución haitiana no es el territorio, sino que es el derecho de sangre la única forma de acceder a la nacionalidad haitiana.

Pero según el parecer de Monseñor Ozoria para cumplir cabalmente con las exigencias de los derechos humanos, sería necesario que el Estado dominicano privara a los descendientes de haitianos de la nacionalidad de sus padres, para atribuirle la nacionalidad dominicana.

Coincide en este punto, con algunos sacerdotes que se han declarado enemigos jurados de la aplicación de la Ley de Migración. El sacerdote haitiano, Vigny Bellerive, declaró a unos 87 niños haitianos como hijos suyos, el padre belga Pierre Ruquoy se le comprobaron unos cuatros niños declarados como hijos suyos. La defensa de los inmigrantes haitianos no justifica la destrucción de autodeterminación de los dominicanos, en nombre de la piedad cristiana no se puede llevar a cabo la obra diabólica de desorganizar la vida de los dominicanos, destruir su soberanía territorial, anulando sus fronteras geográficas y jurídicas. El modelo que la Iglesia quiere imponernos es una sociedad que rebasamos en el 1844, sin derecho a planificar nuestra vida, a disponer de nuestro territorio y a imaginar nuestro porvenir, para que se lleven a término los experimentos intelectuales que se hallan en sus cabezas.

Es muy probable que si monseñor Ozoria mantiene inalterable la lealtad a lo que los últimos treinta años han sido sus convicciones, la arquidiócesis de Santo Domingo coloque como prioridad la defensa de los inmigrantes haitianos y de las minorías vulnerables. Porque si , en verdad, no cree en las fronteras ni en la soberanía de las naciones, la Iglesia tomará un nuevo rumbo en contradicción con la existencia de la nación. ¿Cuál es el móvil de estos hombres? ¿ En vista de cuál proyecto están obrando?. En nombre de la clemencia y la compasión cristianas se nos propone la anulación de nuestra independencia, el olvido de nuestra historia y de nuestra identidad y el hundimiento de nuestra sociedad.

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