Sección De Buena tinta del periódico Diario Libre
El panorama político o electoral de otros países -en este tiempo- es de una rareza increíble. Los candidatos que mejor se posicionan o ganan provocan desconcierto. Dicen o hacen cosas que asombran o desesperan, que sacan de casillas a sus rivales, pero que a su vez provocan un fervor y una adhesión casi enfermiza en sus seguidores.
No solo Trump en Estados Unidos o Duterte en Filipinas o López Obrador en México, sino también Bolsonaro en Brasil.
De cada uno se ha dicho “es un loco”, y sucede que el éxito que se les atribuye o demuestran se debe a ese tipo de locura contagiosa.
El temperamento le gana al marketing, y viendo los resultados no queda duda de que el formato político o electoral de la época no se corresponde con la prudencia ni con la contención.
Un país tan abierto como este, con estrategas provenientes de todas las latitudes, y sin embargo esos aires no llegan ni se respiran en las calles ni a la vuelta de las esquinas.
Ni en los tradicionales ni en los emergentes aparece un candidato que desentone, que haga la diferencia y de la campaña un manicomio.
Con todo y todo lo que se dice, la farándula no da para tanto.