A Pavel, con cariño. Por Guido Gómez Mazara

Años habían transcurrido, y el hijo de Pelagia adquiría la categoría de figura literaria porque Alekséi Maksimovich Péshkov (Maxim Gorky) hizo de su novela La Madre, un texto obligado. Así Pavel se universalizó. Pero aquí, las calles de Ciudad Nueva y Zona Colonial me conectaron con un tocayo debido a las coincidencias paternales alrededor de militancias políticas propias de la época.

La mirada histórica de la obra evoca el transformador proceso de empatía de una madre que, jamás imaginó, el silencio de su vástago como materia prima del entusiasmo revolucionario en las fábricas, estimulando ideas revolucionarias entre los suyos. Ahora bien, el de factura local, es un excelente economista, comunica con gracia y posee la destreza de orientar sus conocimientos en la dirección de leer los fenómenos de la desigualdad y pobreza, materia disimulada por un alto porcentaje de sus pares, más amigos de concentrarse en el factor riquezas y sus «atributos».

Estoy convencido de que los hijos deben poseer pensamiento propio. Desgraciadamente, la lógica de lo estrictamente genético impulsa una fatal tendencia en terceros a creer que estamos conminados a representar el traspatio mental de nuestros padres. Y no es, ni debe ser así. No obstante, el ambiente político en que nos desarrollamos permite aproximarnos a un cuerpo de ideas en capacidad de crear las condiciones para analizar los fenómenos de la exclusión e inequidad, sin creernos que es materia única de economistas.

Admito que leo el comportamiento de la economía desde una óptica política con acento social debido a que los ajetreos partidarios generan la ventaja (cuando se milita cerca de la gente) de estar en la primera línea de padecimientos y angustias de los sectores populares. Allá, en el barrio, callejón, patio, loma, municipio, los ciudadanos y/o dirigentes tendrán todo tipo de aspiración, pero deben coexistir con falencias elementales, casi siempre, imposibles de solucionar y dinamitadas por una noción de progreso y crecimiento a mil kilómetros de su realidad. Sin agua, energía eléctrica, escuelas deficientes, hospitales sin medicinas, inseguridad, falta de empleo, altísimos niveles de embarazos en adolescentes, resulta irónico e inalcanzable para la generalidad, hablar de que «vamos bien o estamos mejorando».

El problema de las estadísticas económicas reside en su frialdad. Números, cifras y las dificultades innatas a los que, sin reputarse diestros en la materia, sienten distancias de finanzas favorables en el ámbito de lo macro vs tanta escasez en el diario vivir. Designarte en la posición de Ministro de Economía generó la sensación de una aproximación de la gestión pública, en capacidad técnica, de hacer aterrizar un segmento del oficialismo con aspectos que trascienden la fascinación estrictamente matemática y fatal hábito del mundo de la postverdad, consistente en darle tintes de irrefutables a parámetros en el ámbito de las finanzas públicas, casi siempre, aderezados por organismos que, desde el confort y rigidez académica, podrían interpretar equivocadamente la jurisprudencia de carestías de un gran porcentaje de compatriotas.

Imagino el ejercicio de cohabitación con técnicos y políticos orientados en una concepción que no prioriza la suerte de los de abajo. Inclusive, las palabras “urgencias y limitaciones” no forman parte de su universo. Ahora bien, esa diversidad enriquecedora contribuye a no empaquetarte con el resto, pero imaginarme el doloroso grado de comprensión al momento de abordar el diseño de políticas públicas y colocar recursos en la dirección de reducir la tragedia del discurso del crecimiento económico actual: un segmento de la población concentra el bienestar y la mayoría empeora su nivel de vida.

Si los números macroeconómicos sostienen que la nación anda bien, lo que percibo es que no es así para todos. Incluso, las advertencias del Foro Económico señalan, con un toque protocolar, la cuesta a subir para el país: endeudamiento, inflación y costo de la vida. Lo dramático es creer que la mejor respuesta a la inequidad y desigualdad consiste en sembrar mejoría y bienestar en los medios de comunicación. De paso, un fenómeno demoníaco que calca esquemas de gobernantes, asesores económicos y técnicos muy amigos de hacer de lo mediático un espejismo perfecto de lo que el “fake-news” postula de razón esencial: la oficialización de la mentira.

Aquí, en el mismo trayecto del sol, los números espantan: en los últimos 22 años, la deuda pública consolidada se incrementó en 1,466%, alcanzando 69, 689 millones de dólares de monto total, y en todo el año pasado, con el mismo tono que aplaudíamos un crecimiento que oscilaba entre 4.6% y 4.9%, esquivamos recordar los US$ 7,652 millones como incremento de la deuda consolidada. Aunque las «destrezas» en el cálculo producen en voceros gubernamentales (resultado de inflar el PIB nominal) de que se redujo la relación deuda/ PIB, lo cierto es que hacia el 2023 pagar los intereses costará el 26.4% de los ingresos tributarios.

Leyendo el presupuesto observo que serán destinados RD$ 253,545 millones al pago de intereses de la deuda pública. Es decir, en los primeros 20 días de este año, el gobierno pagó RD$22,356 millones en intereses para traducirse en 16.8% del Presupuesto General de la Nación. A los políticos se nos puede acusar de muchas cosas, pero el olfato y sentido de común nos ayudan en la observación de procesos que rebasan la lógica de las estadísticas para ponernos en contacto con una realidad “invisibilizada” por estructuras de la comunicación que, su conexión con las arcas nacionales, provocan una orientación hacia otras fuentes de la información. Ahora bien, cuando la encuesta del Banco Central del año 1998 establecía que 10% de la población disfrutaba del 34% del ingreso, y transcurridos 25 años, el mismo 10% concentra 55 % del ingreso, debemos admitir que todo el discurso de crecimiento macroeconómico (innegable y de un incuestionable impacto) profundizó la desigualdad y las bondades de una nación que “creció”, pero no encontró en Gualey, Villa Francisca, Hoyo de Chulín, Las Cañitas y otros barrios, formas de poner de manifiesto una mejoría sustancial en su nivel de vida.

El “incómodo” reclamo sigue siendo el mismo: lograr que el crecimiento económico alcance a todos y los bolsillos y el estómago sientan la mejoría. La historia siempre genera lecciones que de no ser interpretadas y aprendidas con inteligencia podrían reiterarnos en el error. Los libros recogen innumerables ejemplos en los que la crispación ciudadana ha reaccionado al no sentir el tan celebrado crecimiento. Por eso, los chilenos cercanos al Pinochetismo creyeron que las recetas de Hernán Biggi estructurarían un modelo a emular por el resto del continente. Qué va, la inconformidad reaccionó electoralmente y después de cuatro décadas del “milagro económico”, las calles se llenaron de jóvenes y desde el reclamo hicieron un presidente catapultado por la rabia de los que nunca conocieron el progreso promovido por las cifras. Carlos Salinas era una versión cercana al olimpo en México, sus reformas parecían impulsar bonanzas en el extenso territorio que, mostró en Chiapas, los niveles de desigualdad y exclusión, con el dramático episodio de un balazo al sucesor que cometió el “pecado” de querer una nación más justa. Y hasta Carlos Menem, entre 1989-1999 sedujo los mercados internacionales proyectándose de nuevo mesías, pero en silencio elevaba la deuda de 45,000 millones a 145,000 millones de dólares. Sin olvidarnos que, en abril de 1984, la poblada abrileña llegó días después del doctor Jorge Blanco regresar de Washington, convencido de que un acuerdo con el FMI traería orden a las finanzas y paz en los ciudadanos. No tengo que recordarte las consecuencias para el PRD y su base popular.

Con lo que insisto, querido amigo, es sobre lo indispensable de utilizar tus conocimientos, competencias, experiencias en el territorio y las horas de docencia para convencer a mis compañeros de partido y miembros de la gestión gubernamental de lo injusto en no entender y empatizar con la realidad social; causa esencial del descreimiento alrededor de un bienestar, más cercano a lo estrictamente mediático que, a la dramática realidad al visitar el colmado, supermercado y almacén. Por eso, atrincherarse en la falsa tesis de que la nación anda en un nivel idílico de bonanza y bienestar, resulta una locura. Un país con crecimiento económico (proyectamos casi 5%) y un gobierno relativamente rico (recauda RD$3,611 millones diarios) no puede exhibir un ejército de ciudadanos terriblemente pobres. Que lo sepan, aunque haya que repetirlo hasta el cansancio, pero que lo entiendan.

Un abrazo y el cariño de siempre,

Guido

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