¿Cómo podemos resolver la desigualdad en el siglo XXI?. Por Julio Díaz

Uno de los temas que se encuentra en boga, en la agenda política global es el tema de la desigualdad de ingresos. Las organizaciones internacionales llamadas a erradicar la pobreza y una constelación de líderes globales han manifestado su preocupación al respecto. La solución coyuntural que han recetado para solucionar este flagelo ha sido las transferencias condicionadas que sin la orientación adecuada para sacar a las masas del ostracismo económico en que se encuentran, no son efectivas para alcanzar la anhelada libertad económica.

La desigualdad económica logra expandirse a escala planetaria con la imposición de las élites de un nuevo orden económico y político que tiene sus inicios en los Estados Unidos, que fue la imposición del capitalismo financiero por el capitalismo real. Siendo los Estados Unidos la potencia hegemónica que ha marcado la agenda global en el orden económico.

A raíz de la ruptura del patrón oro en 1971, se extinguió en los Estados Unidos la coordinación entre el proletariado y el capital real que existió durante el período denominado Capital Labor Accord (1945-1970), donde la clase media estadounidense vivió su mayor época de esplendor, ya que llegó a representar poco más del 61% de la población. En dicho período, la clase media estadounidense logró conquistas laborales épicas y bajo la dirección de un capitalismo real-industrial muchos vieron su anhelo de movilidad social hecho realidad. Un trabajador estadounidense podía enviar a sus hijos a la universidad, sin que estos estuvieran que endeudarse hasta la saciedad para poder obtener un título universitario, la adquisición de bienes suntuarios como automóviles, vacaciones, etc. Que van más allá de las necesidades básicas a las que aspira la clase proletaria.

La desaparición del patrón oro en 1971, es el punto de inflexión para la ruptura de la relación del capitalismo real con el proletariado, y de esta forma el gran capital financiero pasaría a tomar el timón del capitalismo, dirigiéndolo a favorecer al gran capital en detrimento de las masas. El fin del patrón oro supuso la imposición de la economía del apalancamiento o del crédito en detrimento de la productividad real. Desde entonces, Wall Street empezó la revolución financiera con la creación de instrumentos financieros cada vez más sofisticados, como por ejemplo los derivados, que dictaban el devenir de toda la economía. Es por ello, que a partir de ese momento, las riquezas generadas en la economía real iban dirigidas a Wall Street para financiar al capital financiero y no regresaba a la economía real para seguir innovando, expandiendo los negocios y creando fuentes de empleos.

Con el fortalecimiento de ese capital financiero en Wall Street, este no tan solo trazó la agenda económica sino la agenda política y académica que habían de transformar el capitalismo al punto como lo conocemos hoy, lo que ha generado esta barbarie de desigualdad. Con el surgimiento del neoliberalismo en la década de los 70, bajo la tutela de Milton Friedman y la Escuela Económica de la Universidad de Chicago, estos impusieron la concepción de que el capitalismo bajo el desarrollo industrial estaba agotado y el sector terciario de la economía debía ser el catalizador del crecimiento, acompañado a su vez de la desregulación de los mercados financieros y el libre comercio. De acuerdo a esta nueva forma del pensamiento económico neoclásico era la receta más idónea para que el capitalismo siguiera generando crecimiento y vitalidad. Sin embargo, esas recetas neoliberales sirvieron para destruir al capitalismo real productivo en detrimento de un capitalismo financiero salvaje que corroe toda la economía y ha aumentado la desigualdad social. Según cifras del economista estadounidense Alan Taylor, en el año 1980 el sector financiero representaba un 4% del PIB de los Estados Unidos, hoy en día representa el 7%, y se lleva consigo el 25% de los ingresos corporativos y tan sólo crea un 4% de los empleos genera la economía estadounidense. En pocas palabras, el capital financiero solo beneficia al gran capital no a los trabajadores.

En la década de los 80, el neoliberalismo inició su expansión vertiginosa por todo el mundo, dejando a su paso la destrucción del capitalismo real en las economías menos desarrolladas, como es el caso de las economías de América Latina. Destruyó los aparatos productivos de estas naciones, aumentando los cordones de miserias en las grandes ciudades. Tras el fracaso del modelo neoliberal en la década de los 90, el gran capital financiero sostén de este modelo económico enfiló sus cañones a favorecer y a promover políticos social demócratas, con un nuevo ideal de la tercera vía, aunque no era un concepto teórico nuevo, este fue desarrollado por el sociólogo británico Anthony Giddens, realiza su aparición en el mundo político en la década de los 90, tras el fracaso del comunismo y el neoliberalismo, este concepto político-económico buscaba la aplicación de un liberalismo progresista basado en una economía social de mercado, en otras palabras una mezcla entre el capitalismo y el marxismo.

Los principales abanderados del concepto de la tercera vía en el ámbito político fueron el primer ministro británico Tony Blair, el presidente estadounidense Bill Clinton y el canciller alemán Gerhard Schroder. Estos políticos social demócratas llegaron al poder vendiendo las bondades de este concepto, pero la mano invisible que financió estos proyectos políticos fue el capital financiero enquistado en Wall Street. Una vez en el poder, estos líderes quedaron atrapados en la vorágine del neoliberalismo, y continuaron diseminando sus recetas, lo que desencadenó en la crisis financiera global del 2008. Donde el pueblo de Main Street tuvo que pagar los platos rotos de las elites políticas y empresariales de Wall Street.

Muchos alrededor mundo pensaron que la crisis financiera del 2008 iba a decretar el fin del control que ejerce el capital financiero global sobre la economía. Sin embargo, ha sucedido todo lo contrario, las recetas económicas aplicadas para solucionar la crisis fueron aplicadas para favorecer a ese gran capital financiero. La expansión monetaria o Quantitative easing fue que llevada a cabo por los mayores bancos centrales del mundo, ha favorecido a ese gran capital, ya que el objetivo de esta política monetaria expansiva era lograr un aumento de la inflación para desaparecer el fantasma de la deflación y revitalizar a los sectores productivos. De hecho, esta política lo que hizo fue aumentar los precios de los instrumentos financieros del gran capital financiero de Wall Street, y en nada ha beneficiado a las masas, que tendrán que pagar con fuertes ajustes en el acceso al crédito, el desmonte del balance en el estado de situación de la Reserva Federal de los Estados Unidos que asciende a poco más de 4.5 trillones de dólares.

Ambos espectros políticos han tomado medidas erróneas para mitigar los efectos de la desigualdad económica generada por la hegemonía que ejerce el gran capital financiero sobre la economía. Por un lado, tenemos a las elites políticas conservadoras que quieren darle recortes de impuestos a los más acaudalados, que no invierten ese dinero en la economía real para crear empresas y generar empleos, sino que aprovechan esos créditos tributarios para multiplicar su dinero en la economía especulativa de casino que opera en Wall Street. De igual manera, tenemos a la izquierda política enarbolando la guerra de clases e incentivando el paternalismo a través de las transferencias monetarias condicionadas en muchos casos sin garantías ni mecanismos de cómo salir de ese círculo de miseria.

El siglo XXI nos ha llevado a nueva realidad y es que estamos inmersos en la era de la Cuarta Revolución industrial, donde el trabajo humano va a camino a desaparecer. Según un estudio realizado por la Universidad de Oxford y el banco de inversión UBS cerca del 50% de los trabajos serán automatizados para el año 2050. Debido al avance vertiginoso de la tecnología, en especial la inteligencia artificial, la automatización y el machine learning. Es una realidad que no sólo arropa al mundo desarrollado sino también al mundo en sub-desarrollo donde el capitalismo no ha alcanzado un nivel de desarrollo óptimo. De acuerdo a una investigación realizada por el Banco Mundial cerca del 85% de los trabajos en Etiopia están en riesgo de ser automatizados y el 77% en China. Estos avances no se limitan a labores que requieren pocas habilidades, esto se ha expandido a las prácticas contables, legales, periodísticas, financieras, etc. Esta nueva realidad va a seguir aumentando la desigualdad de ingresos y el desempleo estructural a gran escala.

Mi conclusión: La solución más idónea para resolver la desigualdad económica en el siglo XXI, es a través de la implementación de dos vertientes: a) la aplicación del ingreso universal básico con condiciones; b) acceso sin discriminación al crédito. El ingreso universal básico será determinante para la adecuación del ser humano en otras áreas del saber mientras reciben un ingreso para su entrenamiento o adecuación para el emprendurismo. Finlandia ya está aplicando esta medida y ha dado buenos resultados en la reintegración al mercado laboral de los desempleados y en la creación de nuevos negocios. El acceso al crédito sin discriminación será vital para que los más desposeídos puedan acceder al financiamiento para que puedan emprender proyectos en actividades productivas que fomenten la creación de empleos, y a su vez crecimiento económico de manera sostenida, y sobre todo alcanzar la libertad económica. El capital financiero debe volver a financiar a Main Street, de lo contrario las demandas sociales acumuladas y el aumento de la desigualdad serán el detonante del caos y el desasosiego de la economía global y de la vida uniforme en sociedad.

Julio E. Diaz Sosa
Bachelor of Science in Economics and Finance
Rochester Institute of Technology ’11
Master of Science in Applied Economics
Johns Hopkins University ’15
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