¿Cuántos querubines caben en la punta de un alfiler?. Por Andrés L. Mateo

Las declaraciones de intenciones de los gobiernos corruptos suelen ser solo eso; y consisten en desplazar la preocupación ciudadana de problemas que los gobiernos son incapaces de manejar.  La República Dominicana es ahora mismo el mejor ejemplo de eso. El gobierno de Danilo Medina se ha gastado de enero a julio unos ochocientos mil millones de pesos en promoción, pregonando a diestra y siniestra la “transparencia” de sus actos, el éxito de su gestión de gobierno, sus logros inimaginables. Un gobierno minado por la ilegitimidad y la corrupción, tiende a construir un patrón de conducta totalmente predecible: confía que el aparato propagandístico deshaga todo el “pánico moral” que sus acciones han desencadenado en la sociedad. El gobierno cuenta para ello con un organismo central de prensa(DICOM), cuenta con la DIAPE ( un enclave de “analistas” que fisgonea a todo el que escribe contra el gobierno e informa a los organismos de seguridad), más de dos mil comunicadores esparcidos por todo el país, “bocinas” muy bien pagadas que reciben millonarias sumas por distintas vías (Las “bocinas con altos rangos” no cobran únicamente por sus programas radiales o televisivos, sino que además son suplidores del Estado, contratistas, lobistas e intermediarios en operaciones comerciales. Hay “bocinas” que son verdaderos millonarios de nuevo cuño, a costa del erario), tiene también medios escritos y televisivos a su disposición, y maneja, para colmo, la mayor cartera de anuncios comerciales del mercado publicitario. En cierta forma por el dominio mediático el gobierno se cree ser la totalidad imaginada del país.

Pero todos sabemos que eso es una construcción. Que cada vez más las grietas estremecen las estructuras del poder. Cuando eso ocurre sale a la palestra José Ramón Peralta, el prócer de la patria, y Ministro de la presidencia; y de manera sutil o desembozada cuela una amenaza inmanejable que quiere obligarnos a obedecer  unos mandamientos revelados. Para la represión de las personas y de la conciencia él nos dice de lo que debemos hablar, de lo que debemos escribir. Su habla es un prototipo del poder mundano, que pasa a convertirse- como dice Bajtin-  en un miedo oficial. Y yo escribo éste artículo porque quiero advertirle al “prócer de la patria” José Ramón Peralta que el “miedo oficial” que él trata de expandir cada vez que habla no espantará la verdad de lo que día a día se vive en nuestro país. Por ejemplo, a raíz del último caso de corrupción del gobierno en la OMSA, el crimen espantoso del abogado Juniol Ramírez, se apresuró a intimidar a quienes vincularan al gobierno al hecho, y ofreció un código analítico en el cual él ofrecía las respuestas para que las preguntas dejaran de ser formuladas. Oyéndolo hablar recordé aquellas viejas leyendas del mundo bizantino en el que muchos sabios debatían años y años sobre la incógnita sublime que se interrogaba sobre ¿Cuántos Querubines caben en la punta de un alfiler?  José Ramón Peralta quiere que sea de eso que escribamos, que discutamos; y nos cuela “el miedo oficial”. ¡No mencionen al gobierno, hablen sobre el sexo de los ángeles! – parece decirnos.

Pero el asesinato del abogado Juniol Ramirez no es cualquier cosa, y está vinculado, fundido, al nivel que el sistema de corrupción ha alcanzado en la República Dominicana. Es más, de ahora en adelante sabemos que la corrupción es parte esencial de la definición política del gobierno,  y que conforma un sistema no coyuntural que puede incluir el crimen. Antes hemos tenido asesinatos y suicidios en la profusa trayectoria de la corrupción en el gobierno de Danilo Medina, pero éste es precisamente el tipo de violación que redespliega las características del sistema ante nuestros ojos. Todo queda al desnudo, no hay resquicio ni una pizca de piedad, una flagrante vulneración de las normas de convivencia. La semiótica de éste crimen no economiza ningún rasgo de horror, y nos deja imborrablemente estremecido ante lo que es capaz de hacer el sistema de corrupción instalado. José Ramón Peralta se imagina que somos un país de pendejos, y se adelanta a estrujarnos el “miedo oficial”. Sin embargo, nada hay más obsceno que la unanimidad forzada, y el cinismo se destiñe como una máscara de cera.

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