Danilo Medina, el presidente que no habla. Por Elvin Calcaño Ortiz

Danilo Medina no es un intelectual. Su truculento historial académico menciona títulos en ingeniería química y economía. Se han cernido sospechas importantes sobre la veracidad ello. No es del perfil de Leonel Fernández quien es un hombre leído, otrora profesor universitario, hablante de varios idiomas, que se proyecta como un intelectual. En cambio, Danilo es más un hombre práctico, un ejecutor avezado que, mientras Leonel maravillaba un pueblo semi analfabeta con sus nociones -generalmente vacías de contenido- sobre desarrollo y globalización, trabajaba con las bases de un PLD que pasaba de ser un partido de vanguardias a uno de masas aupado por las élites dominantes y el poderoso conservadurismo balaguerista. Danilo era el que recibía las quejas de las bases. El que pactaba acuerdos entre dirigentes territoriales para posicionar el PLD en segmentos todavía dominados por el PRD y reformistas. Era, en definitiva, un operador político que se entendía con la gente de abajo, al tiempo que delineaba las grandes líneas estratégicas de la naciente maquinaria electoral peledeísta.

Fue el estratega de las campañas de 1996 -esta primera en parte puesto que el argumento central de aquella justa electoral, el “hatianismo” e “irracionalidad” de Peña Gómez, lo instalaron Balaguer y Vincho Castillo- y sobre todo de las de 2004 y 2008. En estas dos últimas el PLD se posicionó como partido hegemónico y maquinaria clientelar en el país. A la vez que se fragmentaba un PRD que, tras la muerte de Peña Gómez, fue desapareciendo como el fenómeno de masas que había sido. Desde entonces las masas entraban en la lógica clientelar del PLD vía subsidios, la instalación del imaginario del “progreso”, la cooptación de partidos pequeños y organizaciones sociales, el debilitamiento de la ciudadanía frente a un Estado todopoderoso mediante la creación de nuevas instituciones y el enriquecimiento de la cúpula peledeísta convertida en club de multimillonarios capaces de hacer frente, en cuanto a riqueza e iniciativas empresariales, a las familias ricas tradicionales. Danilo fue el gran operador político de esas transformaciones.

Como hombre práctico, que no asume la política como cuestión de principios y conceptos, Danilo maneja el poder desde el pragmatismo absoluto. En su perspectiva, lo importante es hacer ahora. Cuando llega a la presidencia en 2012, siendo un hombre de 60 y pico de años, muy curtido en las lides del poder peledeísta, impuso su agenda de forma inmediata. Llevándose por delante al leonelismo enquistado en las altas instancias de las instituciones. Agenda que tenía tres objetivos fundamentales: destruir la imagen y liderato de Leonel; posicionar una imagen de presidente cercano al pueblo que habla y actúa como la gente normal (diferente al elitista y académico Leonel que se proyectaba una figura lejana e inalcanzable para los simples mortales); y colocar su propio grupo de multimillonarios en el gobierno (los Gonzalo Castillo, José Ramón Peralta y compañía).

Con el primer objetivo logró establecerse como único líder fuerte del PLD para luego imponer su reelección en el Comité Político y el Congreso. Lo cual consiguió con creces. Con el segundo instaló un imaginario de “presidente bueno” (las “visitas sorpresas” fueron piedra angular de esa estrategia) que le granjeó una popularidad altísima entre los votantes. El exorbitante gasto en publicidad, y la gestión de bocinas en los medios que se pasaban todo el día alabándolo, viabilizó el éxito de este objetivo. Y con el tercero, creó en poco tiempo su propia estructura de alcancías políticas que operarían el financiamiento de su campaña de reelección. Otro factor clave fue la compra del apoyo del PRD de Miguel Vargas Maldonado. En quien Danilo captó, cual Balaguer moderno, un tipo que tenía un precio y lo compró. Los Tres Brazos y la Cancillería fueron parte del pago.

Danilo Medina ha instalado un estilo de gobernar inescrupuloso. En el cual, a falta de orientación ideológica, cualquier decisión es válida siempre que esté justificada en la acumulación de poder y la puesta a sus pies de toda forma de oposición. En la campaña de reelección pasada se gastaron miles de millones, y se gestionaron innumerables operaciones antiéticas para aplastar la oposición, todo ello a fin de obtener una votación altísima que posicionara a Danilo de cara al 2020 como única alternativa peledíesta.

Pero desde Brasil y el Departamento de Justicia estadounidense se urdía un entramado que tomó al danilismo algo descolocado. El caso Odebrencht puso al todopoderoso danilismo contra las cuerdas. Salieron a relucir grandes casos de corrupción, vía sobornos, de esta empresa brasileña que bajo los gobiernos del PLD había gestionado desde República Dominicana una arquitectura de corrupción de alcance continental. En el país, mediante la compra de altos dirigentes del PLD, Odebrencht se convirtió en la constructora preferida del Estado. Casi todas las grandes obras públicas de los últimos 20 años han ido a parar a esta empresa. Mientras se filtraba información, la indignación de la gente crecía. El desmovilizado pueblo dominicano por la maquinaria clientelar peledeísta comenzó a protestar en las calles. Influyó mucho el hecho de que vivimos en tiempos de redes sociales, las que han quitado el monopolio de la información a los grandes medios. Por más bocinas que paga el danilismo, la gente distribuye espontáneamente información contraria al gobierno. Y ello influyó en la agenda de discusión pública.

¿Cuál ha sido la respuesta de Danilo? No hablar. Solo ejecutar desde el Palacio Nacional con sus colaboradores cercanos. Un hombre práctico que no le preocupa la democracia sino solo el poder. Quien, en medio del peor escándalo de corrupción política de la historia dominicana, no ha dado ni una conferencia de prensa ni concedido entrevistas. La peculiar democracia dominicana funciona con su presidente sin rendir cuentas ni dirigirse a la gente que lo puso donde está. Por el momento, Danilo, al parecer, gestionó un pacto al interior del PLD en el cual se designaron sacrificables y no sacrificables del partido. Los primeros son los que fueron acusados y están ahora presos o descalificados públicamente. Los segundos, hasta ahora, no los van a tocar. La intención, por tanto, no es hacer justicia ni fortalecer la institucionalidad, sino que mantener el poder. Esto es, encontrar una forma en la que Danilo pueda timonear un barco en aguas turbulentas, y que, al final, él y sus más cercanos salgan bien. Y puedan llegar al 2020 como la única alternativa con posibilidad de triunfo del hegemónico PLD.

Eso, y nada más, es lo que le importa a Danilo Medina el presidente que no habla.

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