OPINION: ¿Biden, una nueva era?. Por Guido Gómez Mazara

Desde que todo el movimiento por la lucha de los derechos civiles en los Estados Unidos entendió que el factor electoral representaba la razón práctica de su inserción en el poder político, resulta lógico y natural la estructuración de fuerzas que se resistan.

Inclusive, en la misma historia de la Guerra de Secesión (1861-1865) se encuentran los alegatos que sostienen parte del pensamiento e ideas que configuran años de prejuicios, conculcación y discriminación, y todavía en pleno siglo 21, se levantan con inexplicable penetración en capas rurales y con la legitimidad democrática de colocar casi 74 millones de votos a favor de un aspirante presidencial, Joe Biden, más allá de ascender a la Presidencia, facilitó una operación de sentido común  capaz de pautar una oferta  hacia lo interno de su organización que interpretaba la dosis de riesgo que implicaba la aspiración de Bernie Sanders, y por vía de consecuencia, resultaba pertinente un candidato ideológicamente del centro y en capacidad de abrir las compuertas de recibir la adhesión militante de franjas afroamericanas e hispanas, siempre cercanas al partido demócrata pero con un singular entusiasmo de votar fanáticamente contra la aspiración de Donald Trump.

Lo que llama la atención es que las características del nuevo cuadro político en Washington transforman la tradición de grupos calificados anti-estatus que, por años fundamentados en radicalismo étnico y otras formas de exclusión, justificaron sus posturas y edificaron las trincheras teóricas de su existencia.

Martin Luther King, Malcolm X, Louis Farrakhan y las Panteras Negras, se validaron frente a un poder que los excluyó.

Ahora, el clásico ciudadano caucásico siente que el espacio social propio no se corresponde con la diversidad racial de una potencialidad electoral que elige gobernadores, representantes, senadores, presidentes y obliga al variopinto de aspirantes a pactar lealtades concernientes a temas cruciales que andan muy distantes del espectro conservador.

En esencia, la nación que dirigirá la combinación Biden/Harris pone en contexto una sociedad estadounidense cercana a las ideas progresistas que extiende su sentido mayoritario en ambas cámaras legislativas y habilita una auténtica oportunidad de reformas en el orden social y económico, comenzando en aspectos significativos como el de la migración.

Cuando el clásico elector sintió que su sistema político no se aproximaba al interés de la mayoría, las derrotas de Al Gore y Hillary Clinton pusieron de relieve la urgencia de articular esquemas inteligentes que facilitaran el triunfo. Ya antes, Jesse Ventura y Ross Perot transitaron el camino de la candidatura independiente: el primero ganando la gobernación de Minnesota y el multimillonario texano siendo respaldado por el 18.2% de los votantes en la contienda de 1992.

Por eso, los niveles de resistencia en repensar el modelo electoral han servido de aliado coyuntural de un partido que, como el Republicano, conoce perfectamente sus desventajas y dificultades de conquistar segmentos poblacionales asociados a los demócratas.

A corto plazo, el juego post derrota de Donald Trump se traduce en reconectar con una lógica conservadora sin los miedos y ruidos generados por radicalismos, nunca exhibidos por la dinastía Bush y de resultados ventajosos en el mercado electoral porque no eran percibidos por las minorías étnicas como enemigos irreconciliables.

La gran lección del proceso político estadounidense y fuente de desafío para la nueva administración demócrata consiste en reconstruir una sociedad profundamente fragmentada por un liderazgo que encontró en la radicalización del debate, el nicho por excelencia para revitalizar ideas con un rostro políticamente atractivo y  preparado para las batallas en el orden constitucional, religioso, diversidad sexual, migratorio y en el diseño de las políticas públicas.

Un Donald Trump fuera de la Casa Blanca no aniquila lo que él representa y la enorme capacidad de preservar posibilidades electorales en todo el mapa del poder. New Gingrich, en pleno apogeo de Bill Clinton y Ted Cruz, en todo el periodo de Barack Obama, sirvieron para visibilizar con enorme efectividad un cuerpo de ideas anacrónicas de enorme calado en el corazón del típico ciudadano conservador.

Joe Biden es un político de larga trayectoria, y la actual coyuntura abre la posibilidad de  una nueva era, inspirada en el espíritu de concertación y respeto al disenso, necesario en una nación con una institucionalidad que, aunque  exhibió reacciones propias de países bananeros, siempre ha servido de modelo democrático en el mundo.

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