OPINION: ¡Daniel, el nefasto!. Por Guido Gómez Mazara

Cuando el inmenso Rubén Blades, a golpe de salsa, nos regaló: se ven las caras de trabajo y de sudor/ de gente de carne y hueso que no se vendió/ de gente trabajando buscando un nuevo camino/ orgullosa de su herencia y de ser latino/ de una raza unida la que Bolívar soñó/ reiteraba el mito y la tradición de un continente que siempre anhela un mesías. Desde que los barbudos hicieron de su ingreso a La Habana, la llegada triunfal hacia la edificación de un mundo mejor, transcurrieron veinte años para que Managua abriera sus brazos a nueve comandantes y un océano de ilusiones. Así llegó Daniel.

La historia siempre es rica. Por eso, vale la pena recordar todo el esfuerzo de campañas solidarias, altísimos sacrificios, cuotas de dolor y la urgencia en desmontar aquella dictadura infame. En el orden práctico, los Somozas representaron lo peor en un continente donde la noción de mano dura era acariciada por amplios núcleos en capacidad de justificarlo todo, siempre y cuando, detuviese el avance revolucionario. Y cuando terminó la guerra fría, el desmonte ideológico nos ayudó a conocer el lado humano de cientos de hombres y mujeres que, bajo la sombrilla y discurso redentor, escondían sus miserias humanas. De inmediato, conocimos el otro “yo” y la amplia gama de tartufos, farsantes y mediocres que mal entendieron que los tintes marxistas le liberaban de pecados.

Lo de Nicaragua no tiene madre, y todo por la obstinación de un hombre que pretende hacer de la historia un traje a su medida. Ultraja la ciudadanía, reduce la institucionalidad a un acto de pura sumisión, aniquila sus competidores, utilizan la policía como un mecanismo de represión, irrespeta la jerarquía religiosa y patea los medios de comunicación adversos. Daniel Ortega es la caricatura del esfuerzo revolucionario que, el 19 de julio de 1979, señaló la posibilidad de tocar el cielo con las manos porque el somocismo era injustificado e insoportable.

A Daniel Ortega el poder lo transformó y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) actúa como un resorte electoral de un modelo de autoritarismo perfecto. De ahí, la ira y descontento de una comunidad internacional indignada por sus excesos, y el siempre referencial Pepe Mujica, marcando distancias entre un líder de innegable coherencia y respeto por las normas democráticas fundamentales y un falsificador de las quimeras revolucionarias.

En el justo balance, nunca era lo que pensamos. Y su dilata carrera en el poder lo demostró porque amó más el dinero que la trascendencia. Su familia muy rica, los negocios muy rentables y los niveles de acumulación se hicieron tan evidentes que nada pasa en Nicaragua sin que el ojo de la mutual Ortega-Murillo no garantice la aprobación y buen funcionamiento. Y para ser más evidente, lo que explica su feroz resistencia a salir del poder es el convencimiento de que las compuertas hacia la fiscalización de su enorme patrimonio deberá explicarse en las instancias locales e internacionales. No nos engañemos porque lo que está generando alarma en toda la clase política del continente y su afán por conseguir blindaje judicial, es el resultado de procesos de encarcelamiento de ex presidentes y personajes de primera línea de la clase partidaria que, cuando logran evadir la justicia local, la justicia internacional suple el régimen de complicidades de sus respectivos países.

Daniel Ortega terminará como el típico dictador latinoamericano. Y allá quedará desdibujada la historia de lo que alguna vez alcanzó la gloria porque el peso específico de los acontecimientos demostró su pequeñez. Ni la lírica del eterno Silvio Rodríguez podrá salvarlo, ya no es posible tararear: Me recuerdo de un hombre / que por eso moría/ y que viendo este día/ como espectro del monte/ jubiloso reía/.

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