OPINION: La Iglesia Dominicana durante la ocupación Haitiana del 1822. Por Robert Cabral

La invasión de los haitianos

El año 1822 tuvo lugar la ocupación haitiana de la zona dominicana

Desde los primeros días de la ocupación haitiana, los dominicanos comenzaron a manifestar su descontento, produciéndose con frecuencia choques sangrientos con los soldados haitianos, tal como ocurrió en el el camino de Puerto Plata, el pueblo de Bayaguana, y en otros lugares, alcanzando proporciones de verdadera revolución la conspiración organizada en Los Alcarrizos, a diecisiete kilómetros de la capital, y la cual tenía como fin el restablecimiento del dominio español en la parte oriental de la isla.

El historiador José Gabriel García dice: “En febrero de 1824 estuvo a punto de estallar otro movimiento formidable que, fraguado por hombres adictos a España, tenía por objeto vitorear al Rey don Fernando VII, y sustituir el pabellón azul y rojo con el estandarte de Castilla, ..” Y continúa: “El número de comprometidos llegó a ser tan grande, que de haberse declarado la revolución, habría sido difícil sofocarla.”

Durante este tiempo los dominicanos estuvieron conspirando en contra del poder Haitiano hasta el punto de que el 27 de febrero de 1844 proclamaron la independencia de la Republica Dominicana: El 9 de marzo de 1844 se rompieron las hostilidades alternando las victorias de unos y otros durante 12 años hasta fines de enero de 1856 en que cesaron definitivamente las hostilidades.

Durante este periodo el funcionamiento de la Provincia Eclesiástica de Santo Domingo se vio influenciada por los asuntos políticos militares.

A su entrada en la ciudad de Santo Domingo (9 febrero 1822), el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer expresó su deseo de que Valera fuese también Arzobispo de Haití.

El anciano Valera insistía en que lo había nombrado el rey de España únicamente para gobernar la Iglesia de la parte oriental de la isla. Sólo en vista de la escasez de clero y las necesidades espirituales de aquellas provincias vecinas, accedió el 16 de abril de 1823 a un Vicario General en el Oeste.

Veintidós años después, la separación de la parte oriental con la creación del primer Estado Dominicano, determinó que Pío IX redujese la Provincia de Santo Domingo a algo meramente simbólico, y los títulos de Arzobispado y Arzobispo Metropolitano fuesen prácticamente honoríficos.

La independencia de la República Dominicana: La Restauración.

En la historia dominicana, se conoce con el nombre de Guerra de la Restauración, o simplemente La Restauración, al período bélico comprendido entre el 16 de agosto de 1863 hasta la salida de las tropas españolas el 11 de julio de 1865. Se le conoció con ese nombre porque su finalidad era restaurar el Estado nacido el 27 de febrero de 1844,

Esta epopeya, en el sentido de “conjunto de hechos heroicos o gloriosos, dignos de ser cantados en poemas”, fue, en palabras del general español José de la Gándara: “La de Santo Domingo ha perdido el carácter de un movimiento revolucionario, para tomar el de una guerra de independencia nacional.”

Según Moya Pons: “La Guerra de la Restauración, que comenzó siendo una rebelión de campesinos, muy pronto se convirtió en una guerra de razas, por el temor de los dominicanos de color, que eran la mayoría, a ser convertidos nuevamente en esclavos, y de ahí pasó a ser una verdadera guerra popular que puso en movimiento todas las energís de la Nación para lograr su independencia y la restauración de la soberanía.”

Una característica importante de la Restauración es que los dominicanos, por su inferioridad en armamentos y personal, desarrollaron una guerra de guerrillas; el líder de cada región dirigía a un pequeño grupo de locales para hacer ataques sorpresivos y breves a las columnas españolas. Cuando era necesario atacar con grupos mayores de soldados, esos grupos locales se unían bajo un único comandante mientras fuera necesario pero luego cada grupo se retiraba con su líder a su región.

La guerra de guerrillas confundió totalmente a las tropas españolas que nunca encontraban al enemigo agrupado para una batalla frontal. Solamente en el Sillón de la Viudad, camino al Cibao, se puede hablar de batallas. En todos los demás casos, fueron escaramuzas dirigidas a hostigar a los españoles y provocarles bajas

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