OPINION: López Obrador y Lula Da Silva. Por Julio Díaz Sosa

El próximo domingo 1 de julio de 2018 se celebrarán elecciones presidenciales en México, donde el candidato izquierdista del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), Andrés Manuel López Obrador encabeza las intenciones de votos de cara a esos comicios. Muchos analistas políticos y económicos han encendido las alarmas de que un eventual triunfo electoral significaría un giro de 180 grados en la política económica ortodoxa que ha llevado a cabo México en los últimos 23 años.

Este escenario político y geopolítico del México actual guarda mucha similitud con la elección presidencial en Brasil del año 2002 donde resultó electo el líder del Partido de los Trabajadores (PT) Luiz Ignacio Lula Da Silva, los mercados entraron en pánico ante un posible triunfo electoral de Lula, ya que por un ser un líder de izquierda esto iba a cambiar el ajedrez económico y político de la región, ya que Brasil es la economía más grande de la región Latinoamericana y en ese momento por concepto del PIB nominal era la novena economía del mundo. Un ejemplo de ello fue que los principales bancos extranjeros del país que a agosto del 2002 tenían poco más de 66 mil millones de dólares en activos, redujeron sus préstamos al país. Varios de esos bancos extranjeros importantes disminuyeron, en algunos casos hasta el 20%, su inversión en bonos y deudas en los primeros meses del año 2002. El principal índice de la bolsa de Sao Paulo en el Bovespa perdió cerca de un 20% un mes previo a la elección de Lula en octubre del 2002, ante la incertidumbre generaba a los mercados un posible triunfo del líder metalúrgico.

Lula a diferencia de las elecciones previas en las que había participado moderó su discurso y se comprometió a continuar con el mismo modelo de crecimiento económico de su antecesor, con la diferencia de que lo haría más inclusivo para reducir la pobreza. En el ámbito político, Lula  conjugó alianzas políticas con sectores del centro y de izquierda moderada, lo que añadió una dosis de tranquilidad a los sectores más enconados de la sociedad brasileña que se opinión a un Gobierno de izquierda en el gigante sudamericano.

Durante la gestión de 8 años de Lula cumplió su promesa de mantener un modelo económico basado en el crecimiento, eso le permitió a Brasil crecer un promedio de 4.1% anual entre 2003 y 2010, y Brasil pasó de ser la novena economía del mundo en el 2002 a ser la sexta economía del planeta para el 2010. En la administración de Lula, Brasil pagó toda su deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El desempleo se redujo de 10.5% en diciembre de 2002 a 5.7% en noviembre de 2010. En otro orden, durante el Gobierno de Lula poco más de 35 millones de brasileños logró salir de la pobreza, y 51% de la población alcanzó el estatus de clase media. El principal talón de Aquiles de la presidencia de Lula fue aplicar una agenda reformista en instituciones anquilosadas que fomentaron una corrupción rampante que minó su legado político.

En el ámbito geopolítico Brasil tomó el liderazgo regional que había ostentando por décadas México, y sirvió como defensor de los países emergentes en las instancias del poder supranacional planetario donde impuso su agenda global. En paralelo, llevó excelentes relaciones con los Estados Unidos lo que en cierta medida le permitió acceder al poder sin mayores contratiempos.

En el caso de López Obrador la situación que vive en la actualidad es muy similar a la que vivió Lula en el 2002. López Obrador ha sido candidato presidencial en tres ocasiones con la actual, perdiendo en las dos primeras en 2006 y 2012, respectivamente. En el 2006 estuvo cerca de ganar los comicios cuando perdió del expresidente Felipe Calderón, en dicha ocasión Obrador mostraba un discurso radical que amenazaba a los mercados y fue vinculado de forma directa a la izquierda más radical representada por Venezuela en el bloque de los países del Socialismo Siglo XXI. En el ámbito geopolítico, los Estados Unidos no iban a permitir un Gobierno de corte socialista radical en su frontera Sur. Por dos razones fundamentales, México es la segunda economía de la región, y es parte del G-20, y un Gobierno radical complicaría la situación migratoria de los Estados Unidos, y a su vez perdería a un aliado estratégico que le sirve de intermediario para entender la problemática de la región latinoamericana.

En la actualidad, Andrés Manuel López Obrador se encamina a ganar las elecciones porque ha moderado su discurso en el ámbito económico, y en reiteradas ocasiones ha mencionado que será amigable para los empresarios, lo que envía una clara señal de que en su Gobierno se mantendrá un modelo económico que favorezca el crecimiento económico sobre todas las cosas, pero éste estará acompañado de mayor inclusión social, ya que de acuerdo con cifras oficiales cerca del 50% de los mexicanos vive en la pobreza. Con ese discurso esa alinea a una tendencia de izquierda moderada con su discurso progresista que busca bienestar, muy similar al modelo aplicado durante la presidencia de Lula Da Silva en Brasil. La única diferencia que López Obrador ha sido enfático en su combate frontal a la corrupción, algo que fue dejado de lado en Brasil fruto del boom económico.

En el ámbito político López Obrador se ha convertido en un articulador singular, ya que ha conformado una alianza política con una amalgama de partidos políticos de distintos espectros ideológicos, en otras palabras ha hecho un catch-up como denominan los politólogos a la conformación de este tipos de alianzas coyunturales, ya que hay partidos de la izquierda más radical como de la extrema derecha, lo que le permite despejar las dudas sobre un Gobierno de corte del Socialismo del Siglo XXI. En el ámbito geopolítico encuentra un terreno fértil, ya que le da cabida a su discurso de confrontación nacionalista con los Estados Unidos enarbolado por la administración actual, algo que ha desaparecido de la política mexicana en las últimas tres décadas. Ahora López Obrador ha encontrado en Donald Trump un aliado perfecto para potencializar ese discurso lleno de chovinismo en algunos casos, que es recurrente en momentos de estrechez económica.

Antes de iniciar su cruzada contra la corrupción, López Obrador debe tener en cuenta una reforma sistémica institucional en México, ya que con las actuales instituciones es muy contraproducente aplicar un reformismo en la sociedad mexicana. De no aplicar esos correctivos su Gobierno vivirá una situación a la que está viviendo el expresidente Lula en Brasil. Por tal razón, aquellos que esperan a un Gobierno radical en México pueden estar tranquilos, ya que Andrés Manuel López Obrador gobernará atado a los hilos de poder del sistema pero con la diferencia de una mayor redistribución de las migajas que reciben actualmente los olvidados de siempre.

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