OPINION: Neoinvasión. Por Julio Martínez Pozo

El valor de la historia está en las enseñanzas que aporta para no volver a recorrer los caminos que en el pasado condujeron a la tragedia, y con la invasión pacífica cada vez más acentuada de ciudadanos haitianos en todo el territorio de la República Dominicana, nos abocamos a la repetición de situaciones peores que las vividas recientemente en Pedernales.

Algunos piensan que por la incapacidad militar del país empobrecido de donde viene la inmensa mayoría de extranjeros indocumentados, su presencia no pone en peligro la soberanía nacional ni toca los rasgos esenciales de la dominicanidad: costumbres, idioma, creencias…pero se equivocan, el país hacia el que caminamos andará muy lejos del que se esmeraron en legarnos Duarte, los trinitarios, restauradores y todos los forjadores de la dominicanidad.

El coraje de los dominicanos, que hasta en circunstancias muy desiguales han enfrentado todo tipo de incursiones armadas en su territorio, ha tenido siempre, en las ocupaciones pacíficas de los haitianos el elemento frustratorio de las gestas patrióticas.

Con la proclama de la Independencia el 27 de Febrero de 1844, de lo que el país se desprendió fue de la gobernanza haitiana, pero no así de la ocupación pacífica que era prácticamente mayoritaria en todas las poblaciones de la franja fronteriza, incluyendo las cercanías de Barahona y San Juan de la Maguana.

En la Constitución del 6 de noviembre de 1844, se estableció que la delimitación entre la República Dominicana y Haití era la establecida en el Tratado de Aranjuez de 1777, pero eso era solo un deseo, porque una parte sustancial del territorio dominicano permanecía como pueblos haitianos, y como la prioridad de la Primera República era la de defenderse de las constantes invasiones militares, esa parte de la obra independentista no se consumó.

Ahogada la Primera República por la Anexión, España tenía el propósito de desarrollar acciones militares para remover esa ocupación ilegal, sin embargo, el estallido de la Guerra Restauradora impidió sus planes.

Los gobiernos restauradores suscribieron varios convenios de convivencia pacífica que los haitianos nunca honraron, y desde que el gobierno de José María Cabral, en 1867, agotó el primer intento, seguido por todos sus sucesores, pasaron 62 años hasta llegar al 1929, cuando suscribió el primer tratado fronterizo entre las dos naciones, que fue mejorado en 1936, y visto que Haití seguía con los mismos planes de los últimos 70 años de comprometerse a la desocupación de la invasión pacífica pero luego no cumplía, la dictadura de Trujillo apeló al lenguaje del sable y ocurrió la masacre del 1937, repudiable por la sangre derramada, pero la frontera fue la de Aranjuez como la proclamaron los primeros constituyentes.

Antes, no había valido ni la mediación del papa León XIII, como ocurrió en 1896, porque ganaban tiempo simulando que querían entendimiento para asumir la responsabilidad que les correspondía frente a sus nacionales, aunque después llegaran al descaro de desconocer de manera unilateral, convenciones como la del tratado de 1874, violando la normativa internacional.

Los que creen que esa invasión pacífica no es estimulada, que recuerden lo proclamado en 1974, por el presidente Houari Bumedian, de Argelia, en un discurso en la ONU: “Un día millones de hombres abanderarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos, pues irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. Ese es nuestro espejo.

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