Guzmán Fermín compara migración Haitiana con «una plaga de insectos hambrientos que devora las raíces de un árbol centenario»

El general retirado Rafael Guillermo Gúzman Fermin publicó un articulo de opinión en el Listin Diario en el que critica los desbordes en la masiva migración haitiana hacia la República Dominicana.

Reproducimos articulo:

 

RD en estado de agonía por olvidar sus raíces

“Un pueblo sin conocimiento de su historia pasada,
el origen y su cultura es como un árbol sin raíces”.
-Marcus Garvey-

Así como un árbol languidece al ir perdiendo sus raíces, de igual manera en lontananza, observamos ante un aniversario más de la gesta restauradora, cómo la República Dominicana parece agonizar lentamente por ir olvidando su historia, su trascendental origen para el descubrimiento de América y por ir transmutando su cultura.

Nuestra nación está agonizando, no primariamente por los efectos devastadores de la inseguridad ciudadana, ni por los índices de pobreza, los escandalosos actos de corrupción, la crisis de partidos, es más, ni si quiera se extingue por la peligrosa inmigración ilegal, a pesar de que esta epidemia migratoria viene a ser la consecuencia mortal de “algo” en descomposición, tal como una plaga de insectos hambrientos devora las raíces de un árbol centenario.

Me preocupa ver mi país, la República Dominicana, agonizando porque sufre una crisis de valores y de una epidemia moral. La gran mayoría de la actual generación de dominicanos parece solo aspirar a disfrutar de una vida suave, buscando “ganar” dinero rápido y con el mínimo esfuerzo, estar atentos a las remesas de sus familiares que residen en el exterior o simplemente esperar a ser incluidos, por obra y gracia de algún político, en uno de los programas sociales de “solidaridad” del gobierno.

Esos mismos “ciudadanos” no están siempre dispuestos para aprovechar las excelentes ayudas económicas que públicamente se ofertan para prepararse académicamente y ser una fuente de mano de obra calificada para salir de la pobreza, sino que prefieren utilizar sus limitados recursos monetarios para hacerse asiduos contertulios de los ya tradicionales colmadones, entre otras prácticas no productivas y que atentan con la moral, salud y el futuro de ellos mismos.

Con pesar, observo que una mayoría de mis conciudadanos parecen haber olvidado, y por tanto ya no creen en aquellos fundamentos que dieron origen a la conformación de nuestras creencias y tradiciones, que a su vez fueron las “raíces” de donde se nutrió la sociedad secreta La Trinitaria, aquel árbol frondoso, que sustentado en jóvenes de entre 20 y 30 años, daría pronto con el mejor fruto: El nacimiento de la República Dominicana. Cada vez creemos menos en nuestras raíces ibéricas, en los cánones morales de nuestros antepasados, en el trabajo duro y honrado para generar riqueza, y en la palabra empeñada como contrato de honor. Actualmente prefieren el “dembow” al merengue, y aspirar el humo de una “hookah”, que aspirar a ingresar en la universidad para ser buenos profesionales. También notamos cada vez más cómo relegamos el referente moral del cristianismo, cuya fe en la Santísima Trinidad fue la base del nombre de La Trinitaria.

Nunca olvidemos, que nos independizamos de la sanguinaria dictadura haitiana, la cual intentó durante veintidós (22) años de aniquilar todo lo que fuera proveniente de nuestras raíces culturales hispánicas, tales como, el idioma español por el creole, la literatura castellana por la francesa, la expulsión de los residentes blancos para instaurar la supremacía negra, la discriminatoria prohibición de los cultos cristianos por el vudú, entre otros tantos abusos contra nuestros orígenes.

Tampoco olvidemos que, al independizarnos de Haití, dimos una demostración inequívoca de retomar nuestras tradiciones culturales de origen, insertando sobre la bandera haitiana una cruz blanca, y para reafirmar nuestra vocación cristiana, en el centro de la enseña tricolor se colocó el escudo dominicano con una biblia abierta y la Cruz de Cristo, como símbolos de fe en las sagradas palabras de DIOS, PATRIA y LIBERTAD.

En este lapidario escenario, luego de no prestar atención a las advertencias de nuestros sabios y viejos líderes políticos del otrora, los dominicanos, con nuestras acciones, hemos continuado socavando nuestros propios cimientos, como aquel sepulturero que cava su propia tumba (Proverbios 26:27), y en medio de esta ceguera, escuchamos frecuentemente las quejosas preguntas: ¿Qué está ocurriendo en nuestra sociedad? ¿Por qué están sucediendo tantos hechos de violencia, drogas y corrupción?

La respuesta está, en que se están secando nuestras raíces por olvidar cada vez más nuestra historia, nuestros orígenes y cultura.

¿Podrán nuestras tradiciones políticas democráticas, nuestras costumbres autóctonas, nuestro patrimonio religioso y cultural, sobrevivir ante la indetenible inmigración haitiana, y más aún cuando los inmigrantes ilegales que estamos forzados a darles “acogida” siempre hacen resistencia a la integración total con sus anfitriones?

Ante este panorama, nos negamos a creer que nuestras raíces hayan sido plantadas en terreno arcilloso por nuestros padres fundadores, sino más bien, que este “punto de marchitez” de la cepa nacional ha sido producto del descuido de algunos “jardineros” a través del tiempo.

Sin embargo, albergamos la firme esperanza de que aún estemos a tiempo, luego de la histórica sentencia 168-13 del honorable Tribunal Constitucional, pues la Nación, al igual que el suelo sobre el cual se encuentra situada, es patrimonio y a la vez responsabilidad de toda la sociedad, siendo el Estado, por mandato de esa misma sociedad, el “jardinero” que por mandamiento constitucional está en la obligación de cuidar y proteger el tronco de la Patria y las raíces que la nutren y le dieron sustento.

De manera, que retomando el pensamiento de referencia del periodista Marcus Garvey, se puede argumentar que una nación, para sobrevivir, tiene la necesidad de echar raíces, o sea, la necesidad del arraigo y el requisito humano vital de integrarse.

En este contexto, la definición de arraigo descrita por la humanista francesa Simone Weil resulta muy interesante para los efectos de este análisis, veamos:

“Tener raíces es quizás la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana. Un ser humano tiene raíces en virtud de su participación real, activa y natural en la vida de una comunidad que conserva en su forma viva ciertos tesoros específicos del pasado y ciertas expectativas para el futuro”.

En virtud de esta definición, encontramos tres ingredientes fundamentales: primero, que el arraigo es una necesidad humana; segundo, la existencia de un vínculo entre el individuo y una comunidad; y tercero, la relación entre pasado y futuro.

Mientras que la necesidad humana es inherente a todos por su universalidad (no importan raza, sexo, nacionalidad, etc.), en cambio, el arraigo es parte constituyente del hombre en sus derechos fundamentales, y su ausencia configura para el espíritu humano lo que el alimento viene a ser para el cuerpo.

  El segundo ingrediente es esencialmente político. Esta relación “individuo-comunidad” no siempre es ideal, pues dependerá de lo bien o mal que el Estado desarrolle sus funciones para generar un clima de estabilidad, libertad y progreso o, por el contrario, desestabilización, dictadura y retroceso. En este caso, tendremos individuos que tendrían la necesidad personal de cambiar de país o de ciudad; en otras palabras, dejar atrás su comunidad de origen asumiendo todas sus consecuencias.

Este desarraigo con su nación, es entendible hasta cierto punto con el drama haitiano, pues ellos nunca han sentido una verdadera vinculación con sus gobiernos, sus clases sociales y por la diversidad de etnias que conformaron el “sancocho de 7 carnes” de sus orígenes; pero en el caso nuestro, de los dominicanos, es injustificable, pues es por causa de ir olvidando nuestras raíces.

¿Es posible que un individuo pueda desarrollar raíces olvidando el lugar donde ha nacido y crecido? ¿Cuáles serán las implicaciones para él, su familia y la nación abandonada y olvidada? Lo cierto es que las respuestas a estas preguntas, terminarían siendo un desafío incuestionable a la identidad; ya sea la identidad de los individuos que emigran o la identidad nacional del país que es sujeto de una invasión de ilegales con costumbres, culturas y etnias muy distintas.

Finalmente, la comunidad, como cuna de la historia que facilita la continuación de la vida de un individuo y sus descendientes, conforma, en su conjunto, la identidad de una nación. Por lo tanto, en virtud de lo anterior, el desarraigo a esta comunidad o nación que le da refugio, no les permitirá desarrollar vínculos históricos con ella, lo que los hará ser incapaces de fomentar su identidad por estar segmentada en sí misma.

Esta deformación es la que provoca las más devastadoras consecuencias para el ser humano, debido a su incapacidad de articular la construcción de su futuro a partir de la convivencia compartida con sus “conciudadanos”, ya que de este modo pierden el sentido de sus aspiraciones, convirtiéndolos en unos “discapacitados sociales”.

En fin, esta fragmentación social es el riesgo que los dominicanos corremos como consecuencia de ir olvidando nuestras raíces y seguir siendo permisivos ante una inmigración ilegal con raíces incompatibles con las nuestras.

¡Nos estamos desvinculando de nuestra historia y, por ende, desvinculándonos de nosotros mismos!

Estamos aún a tiempo de fertilizar nuestras raíces, de fumigar el frondoso árbol de la Patria contra la plaga de antivalores y la epidemia moral, para continuar dejando a las futuras generaciones las buenas cosechas que con tanto amor y sacrificios sembraron los “agricultores patrios” en la fértil tierra de Quisqueya.

¡DIOS, PATRIA y LIBERTAD!, ¡VIVA LA REPÚBLICA DOMINICANA!

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