Rusia o China: ¿Cuál sería el mejor aliado de los Estados Unidos?. Por Julio Díaz Sosa

Después de concluida la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y los Estados Unidos iniciaron una lucha antagónica en el ámbito ideológico y militar por la dominación geopolítica global. Por su parte, China emergió como potencia bajo la sombra del liderazgo soviético, pero pronto rompieron esa alianza estratégica con la Unión Soviética, porque no concatenaba con los intereses de expansión económica global de los chinos y su vocación imperial de dominación regional, que chocaba con los intereses soviéticos, y es por ello que en la década de los 60 esa alianza chino-soviética llega a su fin.

Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon realizó su primera visita a China en febrero de 1972, muchos analistas internacionales incluyendo a la alta esfera de poder del Kremlin, pensaron que a partir de esa visita del presidente Nixon se iba a constituir una nueva alianza estratégica geopolítica entre China y los Estados Unidos. Sin embargo, esa alianza nunca se ha dado, y sólo los Estados Unidos utiliza a China para salvaguardar sus intereses de los poderes supranacionales encarnados en las organizaciones internacionales. En la coyuntura geopolítica actual, los Estados Unidos enfrenta dos escenarios incuestionables: a) Reconciliarse con su enemigo geopolítico número uno que en este caso es Rusia, para detener el avance de súper potencia económica y política que está encabezando China; b) Los Estados Unidos decide aliarse con China para proteger los organismos de poderes supranacionales que tiene como su principal adversario a Rusia.

Si algo debemos tener claro, es que en la situación geopolítica actual no le permite a los Estados Unidos ser antagónico con cada uno de sus rivales geopolíticos que son China y Rusia. Durante décadas los Estados Unidos ha impuesto su agenda a escala planetaria en los siguientes tópicos: soberanía territorial, defensa y promoción de los derechos humanos, democracia y el libre comercio. Sin embargo, en la coyuntura actual de un mundo multipolar, donde el resurgimiento de Rusia y China han mermado la credibilidad geopolítica de los Estados Unidos, fruto de una política exterior fallida basada en el golpe blando impuesta en la gestión de Barack Obama donde prevalecía la diplomacia como mecanismo de negociación ante los adversarios, en detrimento del uso de la fuerza militar como mecanismo de disuasión.  

Dado este complejo escenario, los Estados Unidos debe utilizar de manera táctica a sus archirrivales geopolíticos. En el caso de Rusia, debe sentarse a negociar la solución al conflicto en Siria, para de esta forma garantizar su cuota de poder en dicho país, porque de lo contrario quedaría fuera de la repartición del pastel llevada a cabo por Rusia y China. Rusia ha demostrado que no va a ceder en sus pretensiones de dejar Al Assad en el poder, y devolver la estabilidad política y económica que necesita Siria para proteger los intereses del Kremlin. De no sentarse a negociar con Rusia sobre Siria, los Estados Unidos podría verse desplazado por otros pivotes estratégicos de la región como son Irán y Turquía, ya que semanas antes del final de la presidencia de Barack Obama se reunieron en Moscú los cancilleres de esos países con su homólogo ruso para buscar una salida negociada al conflicto sirio. Una alianza tacita con Rusia por parte de los Estados Unidos es esencial en la lucha contra el terrorismo, en especial con un enemigo fuerte que tienen en común que es el Estado Islámico. Logrado esos objetivos centrales anteriormente señalados, los Estados Unidos debe cercar a Rusia por dos frentes: a) deslegitimar a Rusia antes los organismos supranacionales, y b) cercarla militarmente en la región euroasiática a través de la OTAN, como mecanismo de disuasión política. Sí los Estados Unidos no sigue esas directrices se verán compelidos a compartir el liderazgo geopolítico con Rusia, ya que Rusia decidió ser un imperio euroasiático con vocaciones expansionistas y no una democracia europea alfil de los intereses geopolíticos estadounidenses. 

En el caso de China es un poco distinto, ya que Beijing no busca ser un imperio, sino más bien la primera potencia económica del mundo. Sin embargo, a Beijing le molesta sobremanera la presencia estadounidense en el sudeste asiático, que es de vital importancia para China consolidar su presencia regional para apuntalar y consolidar ese propósito de ser la primera potencia económica del mundo. Es por esta razón, que China ha hecho caso omiso a las agresiones militares de Pyongyang a los aliados estadounidenses en la región, específicamente a Corea del Sur y Japón. Para lograr que China se siente a la mesa de negociaciones, Washington debe presionarla económicamente a través de las reglas establecidas en el comercio internacional, ya que el comercio internacional es el principal catalizador económico del gigante asiático. Una vez lograda una salida negociada a las agresiones de Corea del Norte, los Estados Unidos debe estrangular económicamente a China a través de los organismos supranacionales de carácter económico donde los Estados Unidos ejerce hegemonía, porque de lo contrario, de darse una consolidación de China como primera potencia económica mundial, eso decretaría el principio del fin del imperialismo estadounidense.

En la política internacional existe un axioma que estipula lo siguiente: Poder económico es sinónimo de poder militar, y sí los Estados Unidos pierde su estatus de superpotencia económica, es previsible que a mediano o largo plazo pierda su estatus de potencia militar hegemónica del mundo, ya que no podrá mantener ese costoso presupuesto militar que asciende a más de 600 mil millones de dólares al año.

La realidad es que para los Estados Unidos defender el orden establecido después de 1945, y cubrir bajos sus alas a sus aliados de Europa y Asia debe hacerlo sobre la base de sangre y fuego, y es un precio muy alto a pagar, porque conlleva el uso de arsenales nucleares. La mejor carta política que puede jugar Washington es proteger sus intereses donde estén en juego, como decía el exsecretario de Estado durante la administración de Eisenhower, John Foster Dulles:” Los Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos sino intereses.” El mundo de hoy es un mundo multipolar, donde todos los jugadores claves quieren una tajada del pastel.  

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