
La vida es un viaje que no pedimos emprender. Nacemos sin elegir, sin saber cuánto tiempo recorreremos este camino o qué nos deparará cada paso. Lo único que sabemos con certeza es que, en algún momento, este viaje llegará a su fin. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Son preguntas sin respuesta, envueltas en el misterio que hace de la existencia algo único y trascendental.
Por eso, debemos vivir cada fragmento del camino con propósito, sin prisa pero sin pausa, conscientes de que cada decisión, cada acto, y cada momento forman el legado que dejamos atrás. Un sendero bien recorrido nos garantiza no solo un final sereno, sino también la posibilidad de seguir vivos en los recuerdos y corazones de quienes compartieron con nosotros este tren de la vida.
La vida es como un tren que avanza inexorablemente, tomando y dejando pasajeros en cada estación. Algunos descienden antes de tiempo, otros no logran subir, y unos pocos llegan hasta la última parada. Esos que parten no desaparecen; simplemente se adelantan en el camino.Así es la vida: una mezcla de misterios y realidades. Mientras tanto, debemos recordar que cada instante vivido con amor, empatía y propósito es un paso hacia un final pleno, y una manera de vivir para siempre en el legado que dejamos.
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