Deserciones del PLD. Por Luis García Jiménez

A decir verdad, carece de sentido afirmar lo que, en sentido general, todo el mundo sabe y conoce. Es casi un ejercicio inútil o, como diría un amigo de pueblo, llover sobre mojado. Pero vamos a reiterarlo: el Partido de la Liberación Dominicana es una organización de desertores, digámoslo con mayor precisión: el PLD es un partido de desertores políticos. Y también es un desertor ético, porque aunque se haya querido hacer doctrina de la exclusión entre la política y la ética, lo realmente cierto es que no hay política sin ética. Más todavía, todo discurso político es, por definición, un discurso ético, o como se solazan en afirmar ahora los cazadores de palabrejas, es una narrativa ética.

Desde los días de su nacimiento, en 1973, el peledeísmo fundado por el profesor Juan Bosch hizo de la ética una de sus principales banderas. El escritor y expresidente de la República procuraba, de este modo, que su nuevo partido fuera una extensión de su visión de la vida y de su comportamiento cotidiano. Porque, diferencias aparte, Bosch ha sido hasta ahora probablemente el político dominicano más ético, el de la conducta más sobria y el que ha mostrado un comportamiento más coherente con su manera de pensar y de lo que podríamos llamar su cosmovisión.

En los inicios del PLD y hasta que su salud se lo permitió, el profesor Bosch siempre habló de “un partido de dominicanos serios” y de un partido de “gran autoridad moral”, y reflexionaba, siempre de manera pedagógica, que “autoridad moral quiere decir autoridad política”. Estos fueron los pilotillos sobre los cuales Bosch fundó y construyó el Partido de la Liberación Dominicana. Así hizo catequesis política, así entrenó a su gente, y así les exigió vivir y comportarse, en ocasiones hasta lo que en el contexto nuestro podría considerarse una exageración.

Pero es obvio que este sostén ético del Partido de la Liberación Dominicana es hoy arqueología política para el estudio de la decadencia de una organización que desde el éxito que da el poder político y su derivación, el éxito económico, ha convertido la moral en una racionalidad que, al decir de la mayoría de sus dirigentes, nada tiene que ver con la política partidaria, con el ejercicio del poder y, mucho menos, con las llamadas “bondades del poder”. Todo sea por el poder y, en efecto, así ha sido. El PLD desertó de la ética, abandonó esa moral política que pone muros de contenciones entre lo público y lo privado, entre lo mío y lo de la ciudadanía, entre el patrimonio que me pertenece y los recursos públicos que son propiedad del pueblo.

El Partido de la Liberación Dominicana llegó al poder en 1996. Desde más de una trinchera se proclamó la llegada de un comportamiento ético al poder. Atrás quedarían los desvaríos de quienes hacen del poder una escalera para ascender o un medio para practicar, en estos tiempos, lo que el viejo Marx llamó “la acumulación originaria”. Resonó con mayor intensidad aquella expresión del exrector Franklin Almeida, según la cual el país estaba dividido entre corruptos y peledeístas. Estos ya estaban en el poder, por lo tanto, la corrupción quedaría atrás, sería preocupación de otros tiempos. Ahora los éticos eran los que estaban en el Palacio Nacional. El pueblo no tenía nada que temer, los fondos públicos estaban a salvo.

En 17 años de poder, todo ha pasado en los gobiernos del PLD. La zaga es larga y también los patrimonios amasados en un santiamén. Aquellos muchachos de elementales procedencias sociales, casi todos formados en la universidad pública y residentes en barriadas de obreros y chiriperos forman hoy parte distinguida de las élites económicas. Ya no son de las antiélites. Sus modos y maneras de multiplicar bienes y riquezas los han irradiado a sus asesores de imágenes, a sus publicistas, a sus consejeros y a los parlantes que cada día defienden, en radio, televisión y prensa escrita, sus actos, declaraciones, comportamientos y decisiones de gobierno. Las instituciones públicas han disminuido su eficiencia en la misma medida que la riqueza de aquellos aumentaron. El CEA o los ingenios azucareros, la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE), el quirinazo, los déficits presupuestarios, el endeudamiento externo, Odebrecht, todo habla de lo ocurrido. Son los chiguetazos de la deserción de la ética.

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