Los haitianos sienten fascinación en ser dominicanos, pero al estilo haitiano. La Parada Dominicana del pasado fin de semana en Nueva York es una muestra. O mejor una prueba.
Los dominicanos llevaron a Francisco Alberto Caamaño y los haitianos a Sonia Pierre, la piedra con que se edificará la nueva iglesia de la provocación. Andan echándoles la culpa a la organizadora y al gobernador. Verdad que sí, pero no toda la verdad. Nadie está obligado a ir a una fiesta ajena, y esa actividad era de dominicanos.
No de ahora, sino de longtime.
Los haitianos sobraban, y no por negros (racismo) ni por extranjeros (xenofobia), sino porque los dominicanos tienen derecho a un espacio, y tanto les pertenece que la Parada lleva su distintivo: Parada Dominicana. Ellos pueden apartar una fecha y convertir la urbe en un gran altar vudú, y de seguro que dominicanos ni en las aceras.
No obstante cabe preguntarse por qué ahora y no antes si la celebración lleva años. Nada ocurre al azar, y no debe olvidarse la reciente visita de legisladores norteamericanos.
La fusión ataca de nuevo.