Expresaba en el artículo anterior unas ideas básicas sobre la corrupción expresadas por Jorge María Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires. Entiende el autor que en el corrupto existe lo que denomina una suficiencia básica, que inicia de manera inconsciente y luego es asumida como algo normal.
Nos dice que esta suficiencia en el ser humano nunca es imprecisa, por el contrario es una “actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo engaña”, y haciéndose su esclavo se mantiene aferrado a él de tal manera que no puede escapar porque su corazón está encerrado, y como todo lo que está apresado quiere salir, desparrama el olor de ese encerramiento consigo mismo y huele mal.
Entonces, esa corrupción tiene olor a podrido, con un olor nauseabundo porque el corazón del corrupto aprisionado y sometido a presión entre su suficiencia interna y su incapacidad para renunciar a esta desviación. Lamentablemente esclavizado por ese tesoro su corazón se ha podrido por el desmesurado apego a este.
No se conforma Bergoglio con describir el corrupto, sino que afirmando que este siempre procura mantener la apariencia, pone ejemplos: un corrupto de ambición de poder aparecerá con ribetes de cierta veleidad o superficialidad que lleva a cambiar de opinión como si fuera una veleta. Un corrupto de lujuria y avaricia, disfrazará su corrupción con formas más aceptables socialmente, y se presentará como anodino, pero en su fuero interno como alguien que no necesita de nadie.