«Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados;…»
Lo anteriormente citado, es parte esencial de la Declaración de Independencia de EEUU, del 4 de julio de 1776.
A pesar de que el mundo era gobernado por monarquías absolutistas, emperadores y reyes, esas ideas no eran nuevas. El mismo Thomas Jefferson, autor de dicho documento, lo destaca en una carta del 8 de mayo de 1825:
«Ninguno pretendió la originalidad de los principios o de los sentimientos, ni tampoco copió de alguna escritura particular [o] previa, [sino que] aspiró a [que fuera] una expresión de la mentalidad estadounidense, y dar a esa expresión el tono y el espíritu requeridos por la ocasión».
Según Jefferson, uno de los filósofos que influenciaron el pensamiento de los padres fundadores de EEUU fue nada más y nada menos que el teórico político inglés, John Locke.
En 1787, los delegados de las 13 colonias se reunieron en Pensilvania para celebrar la Convención de Filadelfia, cuyos puntos fundamentales eran la redacción de la Constitución de EEUU y la escogencia del primer presidente de la nueva Nación. El elegido a unanimidad: el general George Washington.
Washington acepta, aunque no con gran entusiasmo. «Mis movimientos a la silla de gobierno estarán acompañados por sentimientos no distintos a los del culpable que se dirige al lugar de su ejecución», escribió en carta a Henry Knox el 1 de abril de 1789.
Más tarde, sus coroneles de mayor confianza, le recomiendan hacerse con todo el poder y proclamarse EMPERADOR.
El rey Jorge III de Inglaterra se entera y comenta: «Si Washington renuncia al poder, va a ser el hombre más grande que va a existir en la tierra».
Washington lo rechaza tajantemente. «Jamás romperé el juramento moral que hice ante la nación», dijo.
Luego de casi 8 años al frente del Ejecutivo, en septiembre de 1796, el presidente Washington sorprende a todo el pueblo cuando publica una carta anunciando su rechazo a un tercer período. En su primer párrafo, dice lo siguiente:
«ESTANDO ya cerca el periodo de la nueva elección de un ciudadano, que administre el poder ejecutivo de los Estados Unidos, y debiendo ya emplearse vuestros pensamientos en designar la persona sobre quien ha de reposar tan importante confianza, me parece oportuno manifestaros mi resolución de retirarme, si me considerais en el número de los que pueden ser electos».
El primer presidente de EEUU fallece a los 67 años, el 14 de diciembre de 1799 en Mount Vernon, Virginia.
En el funeral de Washington, Henry Lee III, compañero de armas durante la guerra de Independencia, expresó:
«Primero en la guerra, primero en la paz y el primero en los corazones de sus compatriotas, fue insuperable en las escenas humildes y perdurables de la vida privada. Piadoso, justo, humano, templado, sincero, uniforme, digno y sobresaliente. Su ejemplo fue tan edificante para todos a su alrededor, como igual fueron los efectos de dicho duradero ejemplo… todo correcto, el vicio se estremecía en su presencia y la virtud siempre se sintió fomentada de su mano. La pureza de su carácter privado dio fulgor a sus virtudes públicas… Tal era el hombre por el que nuestra nación está de luto».
