OPINION: En defensa de la música urbana dominicana. Por Fernando Gil

Desde hace varios años algunos comentaristas y medios de comunicación mantienen una campaña por la “limpieza de las letras” de la música urbana dominicana. El objetivo del despropósito tiene de coartada disminuir la violencia de la cual la “música sucia” se presenta no solo como una de sus causas principales sino también como motor de la “descomposición social y moral” que según el lugar común vive el país.

En consecuencia a los exponentes de la música urbana se les culpa de la necrofilia en la que ha entrado el régimen político y de la gran ola de violencia machista y feminicidios que mantiene a gran parte de la sociedad en estado de “shock”. 

Pensando desde la justicia difícilmente se puedan sostener razonamientos como los de José Laluz plagados de prejuicios y sesgos clasistas que no hacen más que cambiar de canal o mirar para otro lado cuando se sabe que precisamente no son los artistas urbanos los que administran el presupuesto nacional ni los responsables de la calidad educativa de la escuela pública dominicana, ¿ve klok?.

Los artistas del género urbano tampoco son representantes del pueblo en el Congreso, no controlan tribunales, tampoco son ejemplo si se considera el arte en su justa dimensión y se discutiera el fenómeno en el contexto de las pasiones de las tribus urbanas y la industria cultural del capitalismo estético (Lipovetsky, 2014).

En el fondo de la cuestión se encuentra que, en la medida que el movimiento urbano ha ido creando los códigos e imponiendo la estética de la comunicación de masas de la sociedad dominicana actual, ha ido surgiendo entre ciertas élites culturales un odio incontrolable “contra la tribu” expresado sin sonrojo en las catedrales del olvido. El sofoque de tal sensibilidad termina en tiradera y afán de meterle mano al movimiento, al que no pueden llegarle desde un afuera sin conexión con su raíz, el hip hop y la música negra americana.

La cultura hip hop, sombrilla que abarca arte callejero, grafitis, break dance, Djing, y por supuesto el rap con sus M.C.’s rompiendo la escena con sus letras brutalmente honestas que cambiaron para siempre el imaginario de la ciudad y el arte que ella reproduce.

El hip hop irrumpe desde el underground para instalarse en la superficie social impactando con una narrativa que se adentra en las profundidades de la realidad de la comunidad afroamericana del Bronx, Harlem, Queens y el Brooklyn (NY) de ese tiempo. 

Estamos hablando de la misma comunidad afro que años atrás tomaba las calles para manifestarse por el reconocimiento de derechos civiles igualitarios en un clima lleno de intolerancia y que tuvo entre otras consecuencias el asesinato de líderes como Malcolm X y el Dr. King.

El hip hop irrumpió como movimiento cultural-político; sus letras, beats y estética terminaron convirtiéndose en símbolo de contrapoder y resistencia ante el racismo institucionalizado y la posición de desventaja económica de las comunidades negras; fusión que condujo a millones de personas a identificarse con su lenguaje.

El auge de la cultura hip hop y la masificación de sus códigos despertaron el interés del establishment norteamericano. Así la estrategia consistió en vigilar e intervenir el poderoso movimiento que se perfilaba con la capacidad y la fuerza para tambalear el sistema de privilegios y de la supremacía blanca mientras las “minorías” eran víctimas de la brutalidad policial, ciudadanos de segunda sometidos a bajísimos salarios y encerrados en el gueto.

En el caso dominicano la dema contra el movimiento encuentra explicación en la cultura autoritaria y el afán de controlar, normalizar y disciplinar toda expresión cultural que no quepa dentro de los márgenes socialmente aceptados por las instituciones conservadoras del poder neo-trujillista.

A diferencia de otros países, República Dominicana no ha conquistado derechos tan básicos como el de la libertad de expresión individual. Nuestro país sufre de la patología socio-anal, como diría Freud, que empuja a querer controlar hasta lo’ pelo de la gente.

En nuestro país el cuerpo sigue en una cárcel, tener un afro es todavía un acto de rebeldía; los tatuajes, usar tenis y escuchar música urbana es para los conservadores cosa de delincuentes.

Se asumen verdaderas las representaciones basadas en prejuicios que impiden llegarle al fenómeno urbano. Un movimiento tan amplio, creativo y diverso que sale directo del callejón, la charle, Los Mina, Cristo Rey, Capotillo y demás barrios del gran Santo Domingo y diferentes pueblos del país.

El movimiento urbano abarca distintas expresiones que van desde el “atento a mi” del Lápiz Consciente al “tu’ maldita  madre” de Shelow Shaq, desde el merengue de calle al dembow, pasando por el cantante de los raperos Vakero y el baile del jerk, sin dejar a Omega el Fuerte y a Pablo Piddy, por mencionar solo a algunos de los pioneros.

Ante la roncha que levanta la música urbana y los innumerables debates que ella provoca entre los apóstoles de las redes sociales me viene a la mente la postura de Cardi B., la primera rapera de ascendencia dominicana en llegar al #1 de la lista Billboard Hot 100 en Estados Unidos. Al ser entrevistada en el vacilón de la mañana fue abordada por una oyente quien le dijo que a sus hijos y nietos les gustaban todas sus canciones y que por esto le preocupaban las “malas palabras” de su lírica siendo ella un ejemplo para la comunidad latina, a lo que la rapera respondió:

Pero déjame decirte a ti, yo no estoy criando a tus hijos ni a tus nietos, tu sabe, a los únicos hijos que yo tengo que darle explicaciones van a ser los míos, si yo no digo malas palabras, si yo no digo las cosas que yo digo, porque yo me estoy poniendo más famosa y porque yo veo que niños me están viendo; yo quiero ser un buen ejemplo para los niños, pero yo no me puedo aguar mi vida porque yo tengo que ser un ejemplo para la gente… eso me deprime porque después yo no voy a ser quien yo soy y eso me pone triste.

Aunque suene cruda su respuesta me parece inmejorable, le estamos pidiendo demasiado a los artistas urbanos, le estamos exigiendo que sean los sustitutos del Estado, de la familia, de la escuela, de los profesores, de los psicólogos y hasta de los partidos políticos y los movimientos sociales.

Por eso defiendo el derecho de los artistas urbanos a que digan lo que tienen que decir. Aunque tengo mi propio discernimiento sobre las letras de sus canciones, entiendo que ellos son parte de la millonaria industria cultural mundial, donde más que lo políticamente correcto se valora el producto de entretenimiento para el consumo de masas.

A mí también me cansan sus temas repetidos y sus canciones misóginas donde se cosifica el cuerpo de la mujer como objeto de consumo, se expresa la obsesión del pene y se fantasea una sexualidad construida por la pornografía y la promesa de satisfacción inmediata. La pregunta que me hago al respecto es ¿acaso los sacerdotes no predican el evangelio y violan niños? Es decir, no existe una correspondencia directa entre lo que se dice y se ve en una canción o video y lo que finalmente hace una persona debido a la capacidad cerebral de la autoconciencia de masas.

Por eso me resulta ridículo la campañita de “limpiar las letras” justificada en “la moral y las buenas costumbres” que suelen guardarse en el refajo roto cuando nadie nos ve. Se trata de la doble moral denunciada por Alofokemusic.

“Limpiar las letras” se lanzó como grito desesperado de Listín Diario precedido de una convocatoria a los artistas urbanos de parte de Francisco Domínguez Brito entonces procurador fiscal del PLD. La foto del político junto a los principales íconos del movimiento aparecía en primera plana calzada con un pie donde se destacaba que los artistas urbanos se comprometían a ser buenos y obedientes ciudadanos, así como a “limpiar” las letras de sus canciones. Implícito quedaba el respaldo al gobierno morado y el apoyo a la campaña electoral de los miembros de la mafia PLD que, paradójicamente, se encuentran en el centro del real problema del país.

(Sí, Domínguez Brito, ese pobre hombre que parece nunca haber tenido sexo en su vida).

Lo de Listín Diario no es nuevo, la campaña “limpiar las letras” es familia de la promoción permanente del antihaitianismo y del sueño de su director Miguel Franjul según el cual el gobierno lo pone a redactar un proyecto de ley para controlar el contenido de lo que se dice en internet, alucinación que vende a los morados montado en la retórica del “daño” que los muchachos del barrio y ahora los tuiteros le hacen a la sociedad y al partido.

De allí lo interesante que resulta ver cómo el mismo gobierno re-programa su estrategia y por medio de sus resortes de poder hace que la “culpa” de la violencia, la inseguridad y los atracos se busque en las letras de los artistas urbanos.

No sé si es reacción defensiva frente a las metáforas que desnudan el sistema de impunidad, como “Odebrecht” de Nfasis, o fobia a las canciones que denuncian la violencia policial y estatal como “El hombre gris” de Vakeró, y “Abuso de Poder” y “rap revolución” también de Nfasis.

Hay muchas canciones que ya son clásicos del rap dominicano como “Calle es calle” de Charles Family, también “Yo soy papá” del Lápiz antes de meterse a leonelista la vez que lo querían biberonear por cantar:

e’ que eta mierda de país, así palin le decía, e’ pelfeto pa’ vivirlo, pero por la burguesía, dejen ya la hipocresía, funcionarios y militares, ello hay tanta gente pobre con tanta necesidades!… con palabra bonita no progresa una nación.

Quien quiera cambiar sus letras está en su derecho, quien lo haga para entrar al mundo publicitario y de los jingles de las grandes compañías como parte de su crecimiento artístico lo felicito, pero estoy en desacuerdo con que se repriman las expresiones culturales de los pueblos.

Considero inútil y destinado al fracaso el plan de “limpiar las letras” de las canciones de los artistas urbanos tratados por la gran prensa como un movimiento que “ensucia” el arte y genera violencia. El despropósito no es más que una estrategia discursiva que escamotea la realidad de un país en las manos de políticos mafiosos que forman parte de verdaderas organizaciones criminales como lo es el partido que nos gobierna.

Por eso digo que defender y gozar la música urbana dominicana en tanto cual es defendernos y gozarnos a nosotros mismos.

PD: Espero no terminar torturado y lanzado a un río con dos blocks y una cadena en el cuello.

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