OPINION: Siria una nueva oportunidad para Donald Trump. Por Julio Díaz

A mediados de diciembre de 2017, el presidente ruso Vladimir Putin anunció el cese de operaciones militares en territorio sirio, señalando la derrota militar de los grupos insurgentes en contra del Gobierno de Bashar Al Assad en especial el grupo terrorista El Estado Islámico o ISIS, como se conoce en inglés. Sin embargo, vemos que el pasado 31 de diciembre de 2017, dos militares rusos fueron ultimados por un ataque con morteros a la base aérea de Jmeimin, según informa la cadena de noticias rusa RT. Esto es un presagio contundente de que la guerra civil en Siria está aún muy lejos de concluir.  

A nuestro entender el vacío militar dejado por Moscú, puede ser el catalizador que reagrupe las fuerzas del Estado Islámico, y esto puede traer como consecuencia una agudización del conflicto bélico en ese territorio, que podría poner en peligro la frágil estabilidad del régimen de Bashar Al Assad, y en tela de juicio el liderazgo y la visión política de Vladimir para erigirse como el líder más poderoso del planeta en términos geopolíticos.

Dada esta coyuntura, la estrategia geopolítica que debe seguir la administración del presidente estadounidense Donald Trump para neutralizar la presencia e influencia rusa en Siria, debe ser la siguiente: a) Debe incrementar su presencia militar en Siria, pero en esta ocasión debe respaldar militarmente al régimen de Al Assad para evitar cualquier ulterior proyección del poder político y militar ruso en Damasco y en toda la región; b) Luego de haber derrotado militarmente al Estado Islámico que es el enemigo en común de Washington y Damasco, la administración Trump debe brindarle apoyo económico al régimen sirio para anular cualquier vestigio de asistencia rusa, y de paso pasar a controlar ese importante enclave geopolítico en Medio Oriente.

La estrategia geopolítica puntualizada anteriormente, debe ser la hoja de ruta a seguir por parte de la administración Trump para contener las pretensiones expansionistas de la Rusia de Vladimir Putin de constituirse en un imperio euroasiático con pivotes estratégicos importantes en Medio Oriente, para consolidar su poder geopolítico y económico, como es el caso de Siria. Con dicha alianza estratégica entre Washington y Damasco, se estaría evitando que ambas potencias colisionen militarmente de manera directa, algo que desencadenaría en una guerra nuclear. Logrando ese objetivo Washington podría llevar la lucha geopolítica con Moscú a que se decida en otros ámbitos fundamentales para la supremacía global que no son asuntos militares, como el dinamismo económico y el atractivo cultural. Algo en que la Rusia de Putin no puede competir con los Estados Unidos, por lo maltrecha que se encuentra la economía rusa y por las fricciones político-culturales que sufre el país desde la época soviética.

La presencia militar estadounidense en Siria le enviaría un mensaje claro a Beijing, de que el uso de la fuerza militar sería una opción para resolver el conflicto con Corea del Norte, algo que sería determinante para que China actúe de manera más proactiva en la resolución de ese conflicto. Y de paso frenaría las pretensiones chinas de convertirse en la primera potencia económica del mundo, asegurando su seguridad energética a través del dominio político y económico de enclaves regionales importantes como Siria.

A Beijing no le conviene un conflicto regional, porque eso obstaculizaría la consolidación geopolítica y económica de China a nivel regional y global, debido a que China necesita un sudeste asiático estable para seguir afianzándose en términos geopolíticos y económicos. Y este último se complicaría más por el cambio de modelo de la economía china, que ha de pasar a ser una economía meramente exportadora a una economía de consumo, y necesita seguir creciendo económicamente para lograr sacar a más habitantes de la pobreza, y eso no sería posible con un conflicto regional en sus narices ni con un antagonismo a ultranza por parte de Washington. La administración Trump debe aplicar el pentagonismo como método disuasivo ante sus archirrivales geopolíticos para mitigar los efectos nocivos que se vierten en los medios de comunicación del declive imperial estadounidense.

La solución exitosa del conflicto sirio y de la posterior destrucción del Estado Islámico, le brindaría una oportunidad de oro a la administración de Donald Trump de centrar sus energías en incrementar la estabilidad geopolítica a escala planetaria y de encender la llama de optimismo histórico en Occidente, que es vital para mantener la hegemonía estadounidense de cara al siglo XXI. Pero para lograr ese objetivo, esta administración debe recuperar el esplendor económico perdido y reinstaurar del dinamismo económico perdido a la clase media estadounidense, y en el plano internacional lanzar una reedición renovada de la Alianza para el Progreso, ajustada a los nuevos tiempos.  

Por otra parte, los Estados Unidos debe propagar los valores democráticos occidentales no con simple retórica, sino con la configuración de una estructura de cooperación geopolítica estable, que evite el anarquismo político. Pero más que todo, la meta central de los Estados Unidos sí quiere permanecer como la principal potencia hegemónica sin el surgimiento de potencias desafiantes como China y Rusia, es de la de crear una estructura geopolítica que sea capaz de mitigar los conflictos y presiones que se suscitan debido a los cambios sociopolíticos a escala planetaria. Y dotar a la ONU o a un nuevo organismo de la capacidad y la credibilidad de tener a su cargo la responsabilidad de salvaguardar la paz mundial y la resolución de conflictos, a través del multilateralismo. De lo contrario, el esquema supranacional instituido en 1945 podría desvanecerse, porque el mundo de hoy no acepta el unilateralismo a ultranza.  

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