OPINION: Trump, la derrota previsible. Por Guido Gómez Mazara

Resulta difícil reproducir hoy una reelección del candidato Trump

La oferta republicana victoriosa enarboló dos elementos de increíble atractivo:  asociar al candidato a un “outsider” que, presentado en el marco del bipartidismo, creara una imagen de diferenciación respecto de su rival y restaurar la noción imperial propia de la guerra fría, en capacidad de devolverle la dosis de superioridad desvanecida como resultado del empuje de China.

Lo que resulta irónico es que el experimento Trump desbordó los ámbitos de la sed por una ruptura con el viejo orden.

En términos prácticos, la sociedad estadounidense anda crispada por el estilo y gestión de un gobernante sin sentido del comedimiento y con una enorme fascinación por ejercer el poder desde una lógica de confrontación constante que, sin pretenderlo, estableció las bases de ambientar las posibilidades electorales de un exponente del estatus quo en capacidad de transformar en victoria una opción que retrata el retorno a un pasado, pero garantía de mayor estabilidad y sentido de equilibrio: Joe Biden.

La propuesta demócrata retrata la viabilidad del más reciente referente de frescura política y conexión con núcleos ciudadanos históricamente excluidos, Barack Obama.

Ahora bien, el látigo inmisericorde fundamentado en la idea de que una economía generando empleos constituye una licencia para ignorar minorías étnicas, penalizar políticas migratorias tolerantes e ignorar niveles de violencia policial en las comunidades pobres, también está en juego en la competencia presidencial y ha servido como palanca esencial de la candidatura de Joe Biden, no porque lo prefieran sino por representar la alternativa para salir de Donald Trump. 

Toda sociedad que delega en un gobernante la voluntad de conducir una nación con certeza hacia el futuro tiende a devolver la mirada al pasado en la medida que sus expectativas se transforman en frustración por el vergonzoso desempeño del que disfrutó en una coyuntura de la favorabilidad de los electores.

Por eso, la encrucijada de traducir en candidato victorioso a un aspirante con las limitaciones derivadas de la edad, andan íntimamente vinculadas al retraso y/o resistencia de la organización demócrata en presentar aspirantes de mayor conexión y asociados al verdadero sentido del cambio porque las referencias de éxito de Bill Clinton y Barack Obama, representaron en su momento, auténticas expresiones de novedad y renovación, distante de la oferta republicana. 

Resulta difícil reproducir en la actual coyuntura una reelección del candidato Donald Trump. Desde el punto de vista de la gestión administrativa, el mayor nivel de impugnación que expresan los electores anda asociado al pobre desempeño en el manejo de la crisis sanitaria del covid-19, con efectos traumáticos en una economía que andaba bien, pero retroceden los índices de desempleo en grupos minoritarios que utilizarán esa herramienta en la activación del circuito del desencanto y militantemente depositaran su voto, tradicionalmente demócrata, con mayor fe el próximo martes 3 de noviembre.

Inclusive, que se pretenda de nuevo alcanzar el éxito esgrimiendo como argumento las características del triunfo frente a Hillary Clinton, donde se derrotó la prensa progresistas y minorías afroamericanas e hispanas, constituye un acto de desconocimiento del contexto actual.

Muy simple, el escenario Trump-Biden anda alentado por el voto en contra de sectores que, posiblemente no voten por el candidato demócrata, pero se quedarán en sus hogares.

En las elecciones estadounidenses, el mundo podrá ser testigo de una de las amargas características de los procesos electorales latinoamericanos: compiten candidatos y se elige la opción menos mala. ¿Acaso le estamos exportando nuestras fatalidades políticas?

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